Esta pregunta tendría que ser más bien ¿cuál es la tarea del filósofo o del que se dedica a la filosofía? Empiezo a pensar que la tarea del filósofo es la de ser el intérprete de los significados que subyacen en las creencias sociales sobre la vida, colectiva y particular, y que mueven, desde la monotonía de la cotidianidad, a seguir viviendo en grupo. El sacerdocio más raro es entonces el del filósofo, cercano a todos los campos, pero ajeno a ellos.
Pero hay muchísimas tareas en realidad, esta es sólo una, y se me podría objetar fácilmente que esa tarea es más bien de los semiólogos, o de los sociólogos, o en todo caso de los antropólogos; pero efectivamente ese es el problema, que no se tiene un campo específico, y por eso se lo atribuimos a la filosofía. Claro, la filosofía queda como una frontera amplísima en el que se vive más bien de la indeterminación, y eso nos acercaría a la mística y al arte. Pero también, viéndolo con ojos pequeño burgueses, podríamos decir que es entonces la tarea del vago que se encuentra un recoveco que le da cierto espacio para poder dedicarse a sus vagancias. Y digo pequeño burguesas, porque al final este vago, que se pone nombre tan rimbombante, siempre tiene un tufo de decadente aristócrata, que vive de unas supuestas rentas, que ahora se tienen que buscar de sus amoríos. Parece que los filósofos son vecinos de los poetas[i].
Podríamos decir que la filosofía nos conduce a un estado en que tratamos de encontrar la verdad, pero el problema es que mientras la tal verdad llega, -o nunca llega-, nos encontramos en el “tránsito” o en el “trabajo de parto” sempiternamente, por ello la empezamos a vivir como una pasión y se nos convierte en un deseo, del que podemos salir bien librados o no, porque algunos se pueden volver cínicos en el camino, y se dedican a la risa, otros en cambio se vuelven sofistas, y encuentran en la filosofía y en sus vaivenes la oportunidad para permitirse sus escapadas de la “moral” y de las “buenas costumbres”. Otra actitud es la del arrogante que piensa que ya no puede llegar a saber nada más y por supuesto que nadie se lo puede enseñar, porque ya sabe tanto que no necesita de más y se encierra en la “torre de marfil”. Pero hoy tengo que hacer una intromisión “paulina” en este areópago; la filosofía no puede seguir siendo cinismo, porque mientras nos reímos hay gente que muere de hambre; mientras nos dedicamos a escaparnos de la moral, repetimos de manera dialéctica las “buenas costumbres” del status quo; y finalmente, mientras nos encerramos en la torre de marfil, empezamos a pensar cada vez más en nosotros mismos y en nuestros patéticos problemas existenciales hasta que nos deprimimos y empezamos a vivir como unos enfermos sin estarlo realmente.
Y este es otro problema de los que nos dedicamos a esto de la filosofía, señalamos y señalamos, pero no hacemos nada, ni podemos mostrar una solución. Tal vez lo único que me queda es empezar a pensar cómo podría ser un filósofo responsable con su tiempo, con los problemas que le toca vivir, y no alejarse a lo que los filósofos consagrados, -casi siempre europeos-, han dicho y hecho. No estoy tratando de encontrar la piedra filosofal, porque ya sé que no existe tal cosa, pero sí que es necesario empezar a ser responsables de la actitud que tomamos frente a los gravísimos problemas que nos rodean.
La tarea del filósofo no es sólo interpretar significados. Sobre esta posibilidad exploraron los últimos filósofos del romanticismo alemán; tal como Nietzsche, Kierkegaard, Schopenhauer y el mismo Heidegger, tratando de encontrar el sentido ante la décadent alemana de aquellos años, ya vimos que los filósofos no fueron tomados en cuenta para la reactivación de tan esperado entusiasmo más que para los fines que buscaba el partido Nacional Socialista que terminó por exterminar a más de seis millones de personas. Ni siquiera mencionar a Karl Marx, cuya ciudad natal tuve el gusto de conocer recientemente, por el uso ideológico que se hizo de su propuesta y que también terminó sirviendo a totalitarismos.
También podríamos recordar a los filósofos que participaron, de una u otra manera, en el movimiento del 68, en el que podríamos traer los nombres de los más célebres, tanto en Francia como en Alemania, nombres como Sartre, Foucault, Adorno y Horkheimer podrían ser los más representativos, que nos traen la imagen del “filósofo comprometido”, participando en protestas y debatiendo en los escenarios públicos con los estudiantes y funcionarios.
Los filósofos-teólogos de la liberación no se nos pueden pasar por alto, nombres como Ellacuría, Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff y en su momento Dussel, podrían ser los más representativos de este movimiento que encontró en el evangelio una manera de transformar la realidad de pobreza y exclusión en que vive sumida la mayoría de la población en Latinoamérica… Realidad evidentísima en cada vuelta de cabeza, aún de la propia.
Lo malo de todo esto es que la tan ansiada solución no llegó, y el mundo parece evolucionar, al menos de manera social, a estadios en que el totalitarismo adopta posturas y formas cada vez más sutiles, en las que no podemos ver las maneras de dominación sin sentirnos atraídos por el deseo en el que se funda el llamado Capitalismo. Y digo llamado Capitalismo, porque nadie en realidad ha establecido en dónde está, ni siquiera los más sesudos intelectuales de “izquierdas”, sino que se convierte en otra metafísica que establecemos como un no sabemos dónde, pero que tiene vida y realidad propia. Nos toca nada más cuando nos encontramos con que el deseo nos puede dejar en la peor de las miserias, en que la mayoría tiene sólo eso: deseos, porque los que ya lo alcanzaron no tuvieron que hacer nada para llegar al status económico que alcanzaron por herencia, por no decir destino social, y otros mientras tanto fueron puestos para que anhelen ser como ellos; “tan humildes y sencillos, que no tienen necesidad de demostrar lo que tienen”.
¿Hacía dónde tendríamos que ir los filósofos? ¿Qué responsabilidad tenemos? ¿Qué tendríamos que hacer? ¿Tenemos alguna responsabilidad con nuestro entorno y por qué? A partir de estas preguntas puedo empezar a pensar…
[i] Sergio Ramírez rescata del olvido histórico, en que vivimos los centroamericanos, una historia fascinante sobre una acusación de vagancia que le hicieron al entonces joven poeta Rubén Darío, y les doy la dirección “pa’que veyan” que hay cosas buenas en la red y gratis, la dirección es: http://www.sergioramirez.org.ni/indexarticulos.htm y se titula “A lo que lleva la vagancia”, por supuesto el que les envía este vínculo lo encontró en una placentera jornada de vagancia junto a un buen vaso de vino.
domingo, 22 de junio de 2008
viernes, 13 de junio de 2008
Sueños de Camioneta
Sueños de Camioneta
Marlon Urizar
Los sueños no son muy diferentes de la realidad. Es extraño. Crecemos pensando que podemos distinguir entre lo que es la realidad y lo que no lo es, y dentro de lo que no es ponemos todo, como algo que está en un lugar alejado; ahí ponemos las fantasías, los sueños despierto, los de querer volvernos Rambo por un momento y querer terminar con la delincuencia con una gran metralleta, o también podemos soñar con terminar con la pobreza y los problemas sociales siendo millonario y dándoles todo a los pobres para que “salgan adelante”. Este tipo de sueños me sorprende cuando voy casi mareado por los olores de perfume de secretaria y de sobaco en la camioneta, me emborracha, me arrulla y me conduce a un trance parecido al que deben de experimentar los pegamenteros. Otro frenazo, casi todos caemos en los brazos del de enfrente, el chofer que ahora parece estar más preocupado que de costumbre… Y sí era en eso en lo que estaba pensando, en la costumbre, no en la canción que lleva ese nombre, sino en lo cotidiano en la camioneta; todo mundo anda con lo mínimo, nada de joyas, ni de relojes finos y mucho menos cargar tarjetas de crédito o billeteras muy llamativas. Todo parece hasta sobrio, lo único que parece tentar al peligro, tanto de delincuentes como de víctimas, siguen siendo los celulares, mientras más sofisticados mejor, y hasta hay quien hace alarde de su nueva adquisición jugándolo entre sus dedos. No nos resistimos a la seducción del último modelo del teléfono móvil, hasta nos sentimos temerarios llevándolos en nuestras manos o cinturas. Lo cierto es que lo inevitable nos llega a pasar un día; -nunca sabemos cuándo, ni dónde-, es una cuestión mesiánica, no sabemos ni el día ni la hora, ni las condiciones en que nos encontrará, pero lo cierto es que nos llegará y mientras llega, o se tarda en llegar, tratamos de darle tregua y jugamos con el peligro que conlleva llevar el celular último modelo pegado a nuestro cuerpo.
Estamos en crisis, pero que no llega a la hecatombe, siempre es un paso previo, lo cierto es que entre la crisis y la temida hecatombe apocalíptica se nos va la vida. Que no vamos a tener para comer, pues parece que siempre vivimos con lo mínimo, que ya más mínimo pues no hará mucha diferencia. A los únicos que parece que les va bien con todo esto es a los predicadores, y no sólo religiosos, sino también los periodistas y políticos, anuncian la inevitable llegada de lo inevitable, y lo pongo así porque lo inevitable nunca sabremos qué es, o si alguna vez ha llegado y podríamos entonces preguntarle al que la ha visto para que nos diga cómo es realidad la temida hecatombe. Mientras la hecatombe llega, y los especialistas se enfrascan en discusiones sobre cómo y cuándo llegará la hecatombe, parece que lo único que nos distrae es ver cómo quedó el fulano que le pasó la camioneta encima, o como dejaron a la fulana que murió apuñalada por marera y cómplice de extorciones. Todo parece un circo de sangre en que los payasos siempre juegan a ser el mismo, se repite, se acaba y luego vuelve a dar la misma función, en todas muere por supuesto, pero ahora hay otro y la cosa parece seguir y no terminar nunca, siempre “en el fondo, pero muy en el fondo” parece estar triste y como homenaje a sus tristezas parece que se dibuja una lágrima en el rostro y para pedir al que creó la constante crisis se deja una cruz cerca del pecho. Mientras esperamos que nos toque la función a nosotros; que nos asalten en el bus y nos metan un tiro por el cel, o que por fin de tantos recortes la empresa me termine despidiendo a mí, parece que el único entretenimiento es ver cómo quedaremos al fin de cuentas… Todavía no es el fin, -no señor-, las cosas seguirán como siempre, en la constante crisis y yo habré dado el espectáculo para los que me rodean.
Marlon Urizar
Los sueños no son muy diferentes de la realidad. Es extraño. Crecemos pensando que podemos distinguir entre lo que es la realidad y lo que no lo es, y dentro de lo que no es ponemos todo, como algo que está en un lugar alejado; ahí ponemos las fantasías, los sueños despierto, los de querer volvernos Rambo por un momento y querer terminar con la delincuencia con una gran metralleta, o también podemos soñar con terminar con la pobreza y los problemas sociales siendo millonario y dándoles todo a los pobres para que “salgan adelante”. Este tipo de sueños me sorprende cuando voy casi mareado por los olores de perfume de secretaria y de sobaco en la camioneta, me emborracha, me arrulla y me conduce a un trance parecido al que deben de experimentar los pegamenteros. Otro frenazo, casi todos caemos en los brazos del de enfrente, el chofer que ahora parece estar más preocupado que de costumbre… Y sí era en eso en lo que estaba pensando, en la costumbre, no en la canción que lleva ese nombre, sino en lo cotidiano en la camioneta; todo mundo anda con lo mínimo, nada de joyas, ni de relojes finos y mucho menos cargar tarjetas de crédito o billeteras muy llamativas. Todo parece hasta sobrio, lo único que parece tentar al peligro, tanto de delincuentes como de víctimas, siguen siendo los celulares, mientras más sofisticados mejor, y hasta hay quien hace alarde de su nueva adquisición jugándolo entre sus dedos. No nos resistimos a la seducción del último modelo del teléfono móvil, hasta nos sentimos temerarios llevándolos en nuestras manos o cinturas. Lo cierto es que lo inevitable nos llega a pasar un día; -nunca sabemos cuándo, ni dónde-, es una cuestión mesiánica, no sabemos ni el día ni la hora, ni las condiciones en que nos encontrará, pero lo cierto es que nos llegará y mientras llega, o se tarda en llegar, tratamos de darle tregua y jugamos con el peligro que conlleva llevar el celular último modelo pegado a nuestro cuerpo.
Estamos en crisis, pero que no llega a la hecatombe, siempre es un paso previo, lo cierto es que entre la crisis y la temida hecatombe apocalíptica se nos va la vida. Que no vamos a tener para comer, pues parece que siempre vivimos con lo mínimo, que ya más mínimo pues no hará mucha diferencia. A los únicos que parece que les va bien con todo esto es a los predicadores, y no sólo religiosos, sino también los periodistas y políticos, anuncian la inevitable llegada de lo inevitable, y lo pongo así porque lo inevitable nunca sabremos qué es, o si alguna vez ha llegado y podríamos entonces preguntarle al que la ha visto para que nos diga cómo es realidad la temida hecatombe. Mientras la hecatombe llega, y los especialistas se enfrascan en discusiones sobre cómo y cuándo llegará la hecatombe, parece que lo único que nos distrae es ver cómo quedó el fulano que le pasó la camioneta encima, o como dejaron a la fulana que murió apuñalada por marera y cómplice de extorciones. Todo parece un circo de sangre en que los payasos siempre juegan a ser el mismo, se repite, se acaba y luego vuelve a dar la misma función, en todas muere por supuesto, pero ahora hay otro y la cosa parece seguir y no terminar nunca, siempre “en el fondo, pero muy en el fondo” parece estar triste y como homenaje a sus tristezas parece que se dibuja una lágrima en el rostro y para pedir al que creó la constante crisis se deja una cruz cerca del pecho. Mientras esperamos que nos toque la función a nosotros; que nos asalten en el bus y nos metan un tiro por el cel, o que por fin de tantos recortes la empresa me termine despidiendo a mí, parece que el único entretenimiento es ver cómo quedaremos al fin de cuentas… Todavía no es el fin, -no señor-, las cosas seguirán como siempre, en la constante crisis y yo habré dado el espectáculo para los que me rodean.
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