Trataré de analizar la formación del racismo contemporáneo en las vulneraciones de las relaciones intercomunitarias, en tres sentidos: La primer forma de vulneraciones a las relaciones intercomunitarias, son las que consideran que las formas de vida de las comunidades de valores diferentes no tienen importancia. Podría llamar a esta primera parte el desprecio, porque las personas perciben que sus vidas no importan, o que están sólo en función de ciertos parámetros que las comunidades hegemónicas les han impuesto. Quiere decir que, el desprecio es una vulneración, que parte de la minusvaloración de las formas comunitarias de vida, y que destruye, o limita, los recursos con los que las comunidades proveen sus necesidades básicas. El resultado, de esta vulneración, es, entonces, la extrema pobreza. Los ejemplos en esta vulneración de la intercomunitariedad son: el desarraigo, el desplazamiento y la expropiación. En este punto es en donde la minusvaloración y el desprecio se convierten en el fundamento de la explotación y de la pobreza. La segunda vulneración es la destrucción de sus valores. Que podría entender, también, como lo que da fundamento y sentido a la convivencia y a la existencia de cada persona. Con esta vulneración, se tratan de destruir los fundamentos simbólicos y espirituales de una comunidad, que incluye evidentemente sus valores. Por ello puedo llamar a este nivel como la vulnerabilidad simbólica. Aquí podemos observar ejemplos muy sutiles como la utilización de los símbolos de la comunidades doblegadas como sinónimos de la posesión que se ha echo sobre ellos; como formas de apropiación abrupta de formas de conocimiento, rituales y religiones, que son asimiladas y validadas sólo desde los símbolos y referentes de las comunidades hegemónicas. El tercer nivel de la vulneración racial de las relaciones intercomunitarias, es el que se refiere a la devastación. Cuando se han limitado los recursos materiales y simbólicos necesarios para el sostenimiento de una comunidad, la experiencia es de devastación de las formas de vida. Con la devastación comunitaria se experimenta indefensión, incapacidad para sostenerse, frustración, mutismo, inseguridad y resentimiento.
Al parecer, las vulneraciones intercomunitarias parecen surgir cuando las contradicciones sociales (desempleo, pobreza, delincuencia común, etc.) se atribuyen a los valores y formas de vida de otras comunidades de valores. Al unir las contradicciones sociales con las diferencias de las comunidades de valores, es muy probable que se terminen por considerar, erróneamente, que las contradicciones y diferencias forman parte fundamental de las otras comunidades de valores. Al atribuirle a los miembros de una comunidad de valores diferente ser el origen de los problemas sociales, por las contradicciones sociales, se les termina desprestigiando, no por su actuar social, sino por su pertenencia. De este modo comienza la formación de algo que se considerará como un mal de origen. Es más, cuando se considera que una comunidad de valores tiene un mal de origen, entonces se justifica que otra comunidad de valores les controle y domine, por medio de la absolutización de las contradicciones sociales (desempleo, pobreza, delincuencia común, etc.) como si la fuente de esos problemas fueran la totalidad de los valores y de las formas de vida de las comunidades de valores diferentes. Es así que en la medida que crece la percepción de injusticia social, aumenta la posibilidad que las comunidades se polaricen. Cuando una de las comunidades utiliza el desprestigio de las formas de vida de los demás, como supuesta fuente de las injusticias sociales, a la par que toma sus propios valores como el parámetro para señalar a los demás como deficientes, empezará lo que con toda seguridad llamo racismo contemporáneo.
Marlon Urizar-Natareno
Frácfort del Meno, 26 de agosto de 2011
viernes, 26 de agosto de 2011
miércoles, 20 de julio de 2011
El origen de la raza y porque no puede existir el mentado racismo al revés
Las teorías políticas de Europa occidental se fundaron en una suerte de autoridad que resulta de los consensos de los individuos. Para ello tuvieron que suponer la individualidad como condición universal. Junto a eso tuvieron que suponer que su historia se fundaba en un conjunto de “relaciones continúas y consistentes” (Quijano, 2000: p. 345) con la estructuración y valoración del trabajo, la producción de mercancías y la producción intelectual. Todos estos elementos se entrecruzan para formar una serie de imágenes sociales que luego se unen a la condición de prestigio y plusvalía. De ese modo se termina estableciendo que existen culturas que son más productivas y eficientes que otras. Además, las imágenes sirven para sostener las creencias sociales en diferenciaciones étnicas. Con ello se vé claramente que el racismo no es una simple ideología retórica, y se muestra como una construcción social fundada en imágenes de plusvalías y menosprecio, que jerarquiza las relaciones sociales.
Cobra sentido, entonces, la afirmación de que el racismo es un instrumento de dominación y explotación, en tanto que es una serie de jerarquizaciones sociales junto con imágenes de desarrollo por un lado; y por otro, imágenes de involución o retroceso. Estas imágenes se corresponden con los puestos sociales; por una parte los grupos que han sido considerados desarrollados, mantienen la hegemonía sobre los grupos que se les representa como degradados. Que terminan por estructurar las relaciones sociales, y que asignan posiciones a cada uno de acuerdo a la imagen que se tiene del grupo al que pertenecen; así, se sitúa en puestos privilegiados a los que se identifican con culturas avanzadas, mientras que se subordina a los grupos que se consideran retrógrados. Es evidente que las imágenes tienen que referirse a metáforas de las relaciones sociales. Probablemente por ese motivo muchos estudiosos del tema han confundido el racismo con las imágenes metafóricas y han pensado que se trata de una cuestión de discursos y retóricas. Porque se hace patente que las imágenes metafóricas se unen con el comportamiento social en dos vías: primero, se espera que el proceder de las personas esté influenciado por la pertenencia; y, segundo, se establece una suerte de invariabilidad de los patrones de comportamiento en la historia.
Es necesario remarcar que, sobre las imágenes metafóricas de la pertenencia se constituyen las instituciones, que parecen estar presentes en todas las sociedades actuales; a saber, en palabras de Quijano, “el estado-nación, la familia burguesa, la racionalidad moderna” (2000, p. 348). Obviamente con las imágenes metafóricas, o creencias sociales de desarrollo o de retroceso, no se jerarquizan del todo las sociedades. Para considerarle en toda su complejidad se pueden analizar las estructuras sociales en torno a la plusvalía del trabajo y del salario, así como de la producción de riquezas en tanto procesamiento tecnológico de materias primas. De esa forma, quizás, las imágenes metafóricas se convierten en creencias generalizadas, y de ese mismo modo influyen en las políticas públicas. En donde, contrario a lo que se podría pensar, las retóricas establecen la igualdad entre los seres humanos, pero en las prácticas sociales se les confiere más valor a unos sobre otros. Quiere decir que, en las sociedades jerarquizadas por criterios raciales se establece igualdad de derechos y oportunidades, pero con eso el valor queda sometido a las condiciones de las plusvalías del trabajo y la producción, mientras que las imágenes metafóricas se convierten en el fundamento de las políticas públicas y de las relaciones entre grupos humanos. Es así que el Derecho se convierte en un postulado abstracto, que no coincide con las políticas públicas ni tampoco con las jerarquías socioraciales.
Las jerarquías socioraciales son un entremado complejo, entre las imágenes de pertenencia étnica y el valor del trabajo, así como los recursos naturales en tanto propiedades privadas; la diferenciación de espacios de convivencia social en torno a los valores e imágenes de plusvalía, ideas referidas a los avances o retrocesos; también, la regulación de espacios geográficos que transmutan en espacios de segregación fundados en las imágenes sobre el comportamiento y las costumbres. Es así que las imágenes racializadas se convierten en valores y creencias generalizadas y empiezan a influir en las políticas públicas. Todo esto me podría dar la pista sobre que las relaciones racializadas tienen elementos comunes, tales como la diferenciación del valor del trabajo, la pertenencia y la procedencia como criterios de comportamiento, así como la valoración que se tiene en las relaciones sociales. Las imágenes sobre el valor que tienen las personas y las presunciones sobre su comportamiento, junto con la imagen de sus costumbres, me muestran que el nuevo racismo es una construcción social de dominación, y aunque con ello descubro características del racismo moderno, con ello no puedo decir que todos los racismos sean iguales, o que se trate de una cuestión que acompaña, de manera inevitable, a las relaciones de todas las sociedades. Un ejemplo de esta contradicción son los análisis que tratan de presentar el racismo como una cuestión de distinciones de colores de piel, estos análisis encuentran rápidamente la dificultad de que han existido racismos entre diferentes grupos aunque a simple vista ambos eran blancos, el gran ejemplo son las complejas relaciones de las personas del este de Europa que han emigrado a EEUU. Tampoco se puede generalizar en los discursos y sus estructuras de encubrimiento. En cambio, si se toma el racismo como un instrumento de dominación puedo empezar a descubrir que tiene elementos comunes que nos hace distinguirlo como una aberración de los demás. Aunque la ideología tratará de cubrir este juicio fundamental de la moral, cuando se nota que el racismo corresponde con los afanes de explotación y con la creación de imágenes del comportamiento de los demás de acuerdo a su procedencia. Esto podría aparecer como evidente en las relaciones sociales cotidianas, sobre todo cuando se observa que se exacerban los temores entre grupos humanos, y las reacciones se pueden tornar en estrictos controles policiacos y la justificación de agresiones.
Esto último es necesario que sea matizado, ya que es evidente que los grupos hegemónicos tienen en sus manos el manejo de políticas públicas, que se encargarán de preservar las jerarquías socioraciales, sobre todo a través del control de la sexualidad en la familia burguesa. En esta línea puedo empezar a dilucidar, sobre la comprensión del racismo como un instrumento de dominación en las jerarquías sociales y la distinción del valor del trabajo, que no puede haber un racismo que los doblegados ejerzan sobre los que les reprimen, sino que podrían tratarse de reacciones de desconfianza o hasta de resentimiento al sometimiento. Por eso se dice que los grupos que han sido doblegados por criterios raciales se entregan a las subculturas de la violencia1, pero se tiene que matizar que eso es una reacción de defensa, que en muchos casos manifiesta la impotencia y la ira que produce el rechazo, la minusvaloración y la segregación constantes, y no se presenta como un instrumento sistemático de dominación, sino como una reacción que trata de desarticular el menosprecio.
Fráncfort del Meno, 15 de julio de 2011
Cobra sentido, entonces, la afirmación de que el racismo es un instrumento de dominación y explotación, en tanto que es una serie de jerarquizaciones sociales junto con imágenes de desarrollo por un lado; y por otro, imágenes de involución o retroceso. Estas imágenes se corresponden con los puestos sociales; por una parte los grupos que han sido considerados desarrollados, mantienen la hegemonía sobre los grupos que se les representa como degradados. Que terminan por estructurar las relaciones sociales, y que asignan posiciones a cada uno de acuerdo a la imagen que se tiene del grupo al que pertenecen; así, se sitúa en puestos privilegiados a los que se identifican con culturas avanzadas, mientras que se subordina a los grupos que se consideran retrógrados. Es evidente que las imágenes tienen que referirse a metáforas de las relaciones sociales. Probablemente por ese motivo muchos estudiosos del tema han confundido el racismo con las imágenes metafóricas y han pensado que se trata de una cuestión de discursos y retóricas. Porque se hace patente que las imágenes metafóricas se unen con el comportamiento social en dos vías: primero, se espera que el proceder de las personas esté influenciado por la pertenencia; y, segundo, se establece una suerte de invariabilidad de los patrones de comportamiento en la historia.
Es necesario remarcar que, sobre las imágenes metafóricas de la pertenencia se constituyen las instituciones, que parecen estar presentes en todas las sociedades actuales; a saber, en palabras de Quijano, “el estado-nación, la familia burguesa, la racionalidad moderna” (2000, p. 348). Obviamente con las imágenes metafóricas, o creencias sociales de desarrollo o de retroceso, no se jerarquizan del todo las sociedades. Para considerarle en toda su complejidad se pueden analizar las estructuras sociales en torno a la plusvalía del trabajo y del salario, así como de la producción de riquezas en tanto procesamiento tecnológico de materias primas. De esa forma, quizás, las imágenes metafóricas se convierten en creencias generalizadas, y de ese mismo modo influyen en las políticas públicas. En donde, contrario a lo que se podría pensar, las retóricas establecen la igualdad entre los seres humanos, pero en las prácticas sociales se les confiere más valor a unos sobre otros. Quiere decir que, en las sociedades jerarquizadas por criterios raciales se establece igualdad de derechos y oportunidades, pero con eso el valor queda sometido a las condiciones de las plusvalías del trabajo y la producción, mientras que las imágenes metafóricas se convierten en el fundamento de las políticas públicas y de las relaciones entre grupos humanos. Es así que el Derecho se convierte en un postulado abstracto, que no coincide con las políticas públicas ni tampoco con las jerarquías socioraciales.
Las jerarquías socioraciales son un entremado complejo, entre las imágenes de pertenencia étnica y el valor del trabajo, así como los recursos naturales en tanto propiedades privadas; la diferenciación de espacios de convivencia social en torno a los valores e imágenes de plusvalía, ideas referidas a los avances o retrocesos; también, la regulación de espacios geográficos que transmutan en espacios de segregación fundados en las imágenes sobre el comportamiento y las costumbres. Es así que las imágenes racializadas se convierten en valores y creencias generalizadas y empiezan a influir en las políticas públicas. Todo esto me podría dar la pista sobre que las relaciones racializadas tienen elementos comunes, tales como la diferenciación del valor del trabajo, la pertenencia y la procedencia como criterios de comportamiento, así como la valoración que se tiene en las relaciones sociales. Las imágenes sobre el valor que tienen las personas y las presunciones sobre su comportamiento, junto con la imagen de sus costumbres, me muestran que el nuevo racismo es una construcción social de dominación, y aunque con ello descubro características del racismo moderno, con ello no puedo decir que todos los racismos sean iguales, o que se trate de una cuestión que acompaña, de manera inevitable, a las relaciones de todas las sociedades. Un ejemplo de esta contradicción son los análisis que tratan de presentar el racismo como una cuestión de distinciones de colores de piel, estos análisis encuentran rápidamente la dificultad de que han existido racismos entre diferentes grupos aunque a simple vista ambos eran blancos, el gran ejemplo son las complejas relaciones de las personas del este de Europa que han emigrado a EEUU. Tampoco se puede generalizar en los discursos y sus estructuras de encubrimiento. En cambio, si se toma el racismo como un instrumento de dominación puedo empezar a descubrir que tiene elementos comunes que nos hace distinguirlo como una aberración de los demás. Aunque la ideología tratará de cubrir este juicio fundamental de la moral, cuando se nota que el racismo corresponde con los afanes de explotación y con la creación de imágenes del comportamiento de los demás de acuerdo a su procedencia. Esto podría aparecer como evidente en las relaciones sociales cotidianas, sobre todo cuando se observa que se exacerban los temores entre grupos humanos, y las reacciones se pueden tornar en estrictos controles policiacos y la justificación de agresiones.
Esto último es necesario que sea matizado, ya que es evidente que los grupos hegemónicos tienen en sus manos el manejo de políticas públicas, que se encargarán de preservar las jerarquías socioraciales, sobre todo a través del control de la sexualidad en la familia burguesa. En esta línea puedo empezar a dilucidar, sobre la comprensión del racismo como un instrumento de dominación en las jerarquías sociales y la distinción del valor del trabajo, que no puede haber un racismo que los doblegados ejerzan sobre los que les reprimen, sino que podrían tratarse de reacciones de desconfianza o hasta de resentimiento al sometimiento. Por eso se dice que los grupos que han sido doblegados por criterios raciales se entregan a las subculturas de la violencia1, pero se tiene que matizar que eso es una reacción de defensa, que en muchos casos manifiesta la impotencia y la ira que produce el rechazo, la minusvaloración y la segregación constantes, y no se presenta como un instrumento sistemático de dominación, sino como una reacción que trata de desarticular el menosprecio.
Fráncfort del Meno, 15 de julio de 2011
domingo, 29 de mayo de 2011
La sutil ideología del olvido
En la idea de Guatemala o de las llamadas Guatemalas se esconde la idea de un sujeto con características muy particulares, que se torna ideológico cuando se toma la llamada Guatemala inmanente como fundamento de la lógica de la pertenencia y de la lógica de la diferenciación, que propone Oswaldo Salazar en la entrevista realizada por Marta Sandoval en elperiódico del 29 de mayo de 2011 (http://www.elperiodico.com.gt/es/20110529/domingo/196050/">http://www.elperiodico.com.gt/es/20110529/domingo/196050/).
Quizás la Guatemala, sin s al final, es puesta en una clase media urbana, que reclama un origen europeo, y que con ello trata de diferenciarse de lo que Salazar nombra como las Guatemalas. Es notorio que dentro de la visión de las Guatemalas se incluyen el resto de visiones. A su vez se hace evidente que la idea de Guatemala es tomada como el punto de referencia para considerar a las Guatemalas. Por ejemplo, cuando Salazar afirma que los guatemaltecos no protestan porque no consideran que exista un interlocutor válido, puesto en las instituciones de las modelos occidentales de gobierno y que no se debe a una falta de criterio o de carácter, está tomando como referencia a los sujetos de una clase media urbana que reclaman una identidad occidental. Esto en un primer plano, no obstante con ello está olvidando e ignorando a una gran parte de las personas que integran a lo que el mismo ha dado en llamar las Guatemalas. Por ejemplo, está omitiendo el análisis de las otras Guatemalas que protestan bajo el criterio de justicia y restitución, y no tanto bajo una visión occidentalizada de instituciones válidas o inválidas en tanto efectivas o prácticas. Me parece que el olvido se torna peligrosamente ideológico, cuando consideramos que ha ignorado las luchas indígenas, así como las constantes luchas campesinas que siguen estando vigentes en el país. Pienso por ejemplo en la reciente resistencia de las comunidades del río Polochic a las hidroeléctricas, o a los intentos de desalojos de fincas obtenidas fraudulentamente. Considero que este olvido no es fortuito, sino que es ideológico, porque se está considerando como sujeto a alguien que tiene ciertas características; por ejemplo que “no protesta”, que no es “optimista” (entendiendo el optimismo como los afanes de mejorar o de transformar las situaciones de injusticia) y que no es “ingenuo”, porque no considera que exista una institucionalidad que valide sus luchas por transformar la realidad. Este sujeto que menciona Salazar me parece que es de una clase media y que probablemente exija para sí un origen europeo, además que considere que el resto de personas son masas que no tienen ningún criterio y que por ese motivo tratan de “motivarse” o de ser “optimistas” en iglesias o mítines políticos.
Esta ideología del olvido, y de la consideración de una sola postura dentro de las llamadas Guatemalas, es un modelo totalmente contradictorio. En primer lugar considera que existen dos lógicas; una de pertenencia, que se podría asociar con la de los intentos históricos de castellanización de los indígenas, y por otro lado la lógica de diferenciación étnica, que se podría asociar con las recientes afirmaciones de identidades indígenas. A la lógica de pertenencia le atribuye un trasfondo en la filosofía moderna, mientras que a la lógica de la diferenciación le atribuye un fundamento en lo que llama filosofía crítica. Cuando Salazar habla de una filosofía crítica creo que apela a un principio de diversidad que diferencia lo singular de lo particular de la realidad. En ambos casos me parece que subyace la idea de Guatemala, como construcción de identidad que trata de enmarcarse en un sistema político específico, en este caso las democracias repúblicanas y liberales. En ese sentido, Guatemala funciona como un principio o un fundamento sobre el que se establecen sendos procesos; de una parte se pueden ver los procesos de identidad o de identificación, así como los procesos de diferenciación, pero todos estos procesos formados a partir de la misma idea o del mismo modelo político inspirado en las democracias republicanas, que consideran que la validez de las instituciones depende de que tanto mantienen los intereses de los ciudadanos con cierto estatus económico. Cuando vemos que el fundamento de este análisis es tomar la idea de Guatemala, en lo que Salazar llama la Guatemala inmanente, para analizar a las Guatemalas, comprendo que su análisis olvide a las personas de las llamadas Guatemalas. Sin embargo, no sólo olvida sino que ideologiza cuando toma la idea de la Guatemala inmanente, en los criterios de institucionalidad y de las características de sus sujetos, como el parámetro para analizar a las Guatemalas como el fundamento de estas dos lógicas. El olvido se torna ideológico cuando invisibiliza las luchas campesinas e indígenas, porque tiene que tomar los criterios de un modelo particular y singular para aplicarlo sin más a las realidades de las llamadas Guatemalas de manera absoluta y excluyente.
Quizás la Guatemala, sin s al final, es puesta en una clase media urbana, que reclama un origen europeo, y que con ello trata de diferenciarse de lo que Salazar nombra como las Guatemalas. Es notorio que dentro de la visión de las Guatemalas se incluyen el resto de visiones. A su vez se hace evidente que la idea de Guatemala es tomada como el punto de referencia para considerar a las Guatemalas. Por ejemplo, cuando Salazar afirma que los guatemaltecos no protestan porque no consideran que exista un interlocutor válido, puesto en las instituciones de las modelos occidentales de gobierno y que no se debe a una falta de criterio o de carácter, está tomando como referencia a los sujetos de una clase media urbana que reclaman una identidad occidental. Esto en un primer plano, no obstante con ello está olvidando e ignorando a una gran parte de las personas que integran a lo que el mismo ha dado en llamar las Guatemalas. Por ejemplo, está omitiendo el análisis de las otras Guatemalas que protestan bajo el criterio de justicia y restitución, y no tanto bajo una visión occidentalizada de instituciones válidas o inválidas en tanto efectivas o prácticas. Me parece que el olvido se torna peligrosamente ideológico, cuando consideramos que ha ignorado las luchas indígenas, así como las constantes luchas campesinas que siguen estando vigentes en el país. Pienso por ejemplo en la reciente resistencia de las comunidades del río Polochic a las hidroeléctricas, o a los intentos de desalojos de fincas obtenidas fraudulentamente. Considero que este olvido no es fortuito, sino que es ideológico, porque se está considerando como sujeto a alguien que tiene ciertas características; por ejemplo que “no protesta”, que no es “optimista” (entendiendo el optimismo como los afanes de mejorar o de transformar las situaciones de injusticia) y que no es “ingenuo”, porque no considera que exista una institucionalidad que valide sus luchas por transformar la realidad. Este sujeto que menciona Salazar me parece que es de una clase media y que probablemente exija para sí un origen europeo, además que considere que el resto de personas son masas que no tienen ningún criterio y que por ese motivo tratan de “motivarse” o de ser “optimistas” en iglesias o mítines políticos.
Esta ideología del olvido, y de la consideración de una sola postura dentro de las llamadas Guatemalas, es un modelo totalmente contradictorio. En primer lugar considera que existen dos lógicas; una de pertenencia, que se podría asociar con la de los intentos históricos de castellanización de los indígenas, y por otro lado la lógica de diferenciación étnica, que se podría asociar con las recientes afirmaciones de identidades indígenas. A la lógica de pertenencia le atribuye un trasfondo en la filosofía moderna, mientras que a la lógica de la diferenciación le atribuye un fundamento en lo que llama filosofía crítica. Cuando Salazar habla de una filosofía crítica creo que apela a un principio de diversidad que diferencia lo singular de lo particular de la realidad. En ambos casos me parece que subyace la idea de Guatemala, como construcción de identidad que trata de enmarcarse en un sistema político específico, en este caso las democracias repúblicanas y liberales. En ese sentido, Guatemala funciona como un principio o un fundamento sobre el que se establecen sendos procesos; de una parte se pueden ver los procesos de identidad o de identificación, así como los procesos de diferenciación, pero todos estos procesos formados a partir de la misma idea o del mismo modelo político inspirado en las democracias republicanas, que consideran que la validez de las instituciones depende de que tanto mantienen los intereses de los ciudadanos con cierto estatus económico. Cuando vemos que el fundamento de este análisis es tomar la idea de Guatemala, en lo que Salazar llama la Guatemala inmanente, para analizar a las Guatemalas, comprendo que su análisis olvide a las personas de las llamadas Guatemalas. Sin embargo, no sólo olvida sino que ideologiza cuando toma la idea de la Guatemala inmanente, en los criterios de institucionalidad y de las características de sus sujetos, como el parámetro para analizar a las Guatemalas como el fundamento de estas dos lógicas. El olvido se torna ideológico cuando invisibiliza las luchas campesinas e indígenas, porque tiene que tomar los criterios de un modelo particular y singular para aplicarlo sin más a las realidades de las llamadas Guatemalas de manera absoluta y excluyente.
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