miércoles, 20 de julio de 2011

El origen de la raza y porque no puede existir el mentado racismo al revés

Las teorías políticas de Europa occidental se fundaron en una suerte de autoridad que resulta de los consensos de los individuos. Para ello tuvieron que suponer la individualidad como condición universal. Junto a eso tuvieron que suponer que su historia se fundaba en un conjunto de “relaciones continúas y consistentes” (Quijano, 2000: p. 345) con la estructuración y valoración del trabajo, la producción de mercancías y la producción intelectual. Todos estos elementos se entrecruzan para formar una serie de imágenes sociales que luego se unen a la condición de prestigio y plusvalía. De ese modo se termina estableciendo que existen culturas que son más productivas y eficientes que otras. Además, las imágenes sirven para sostener las creencias sociales en diferenciaciones étnicas. Con ello se vé claramente que el racismo no es una simple ideología retórica, y se muestra como una construcción social fundada en imágenes de plusvalías y menosprecio, que jerarquiza las relaciones sociales.

Cobra sentido, entonces, la afirmación de que el racismo es un instrumento de dominación y explotación, en tanto que es una serie de jerarquizaciones sociales junto con imágenes de desarrollo por un lado; y por otro, imágenes de involución o retroceso. Estas imágenes se corresponden con los puestos sociales; por una parte los grupos que han sido considerados desarrollados, mantienen la hegemonía sobre los grupos que se les representa como degradados. Que terminan por estructurar las relaciones sociales, y que asignan posiciones a cada uno de acuerdo a la imagen que se tiene del grupo al que pertenecen; así, se sitúa en puestos privilegiados a los que se identifican con culturas avanzadas, mientras que se subordina a los grupos que se consideran retrógrados. Es evidente que las imágenes tienen que referirse a metáforas de las relaciones sociales. Probablemente por ese motivo muchos estudiosos del tema han confundido el racismo con las imágenes metafóricas y han pensado que se trata de una cuestión de discursos y retóricas. Porque se hace patente que las imágenes metafóricas se unen con el comportamiento social en dos vías: primero, se espera que el proceder de las personas esté influenciado por la pertenencia; y, segundo, se establece una suerte de invariabilidad de los patrones de comportamiento en la historia.

Es necesario remarcar que, sobre las imágenes metafóricas de la pertenencia se constituyen las instituciones, que parecen estar presentes en todas las sociedades actuales; a saber, en palabras de Quijano, “el estado-nación, la familia burguesa, la racionalidad moderna” (2000, p. 348). Obviamente con las imágenes metafóricas, o creencias sociales de desarrollo o de retroceso, no se jerarquizan del todo las sociedades. Para considerarle en toda su complejidad se pueden analizar las estructuras sociales en torno a la plusvalía del trabajo y del salario, así como de la producción de riquezas en tanto procesamiento tecnológico de materias primas. De esa forma, quizás, las imágenes metafóricas se convierten en creencias generalizadas, y de ese mismo modo influyen en las políticas públicas. En donde, contrario a lo que se podría pensar, las retóricas establecen la igualdad entre los seres humanos, pero en las prácticas sociales se les confiere más valor a unos sobre otros. Quiere decir que, en las sociedades jerarquizadas por criterios raciales se establece igualdad de derechos y oportunidades, pero con eso el valor queda sometido a las condiciones de las plusvalías del trabajo y la producción, mientras que las imágenes metafóricas se convierten en el fundamento de las políticas públicas y de las relaciones entre grupos humanos. Es así que el Derecho se convierte en un postulado abstracto, que no coincide con las políticas públicas ni tampoco con las jerarquías socioraciales.

Las jerarquías socioraciales son un entremado complejo, entre las imágenes de pertenencia étnica y el valor del trabajo, así como los recursos naturales en tanto propiedades privadas; la diferenciación de espacios de convivencia social en torno a los valores e imágenes de plusvalía, ideas referidas a los avances o retrocesos; también, la regulación de espacios geográficos que transmutan en espacios de segregación fundados en las imágenes sobre el comportamiento y las costumbres. Es así que las imágenes racializadas se convierten en valores y creencias generalizadas y empiezan a influir en las políticas públicas. Todo esto me podría dar la pista sobre que las relaciones racializadas tienen elementos comunes, tales como la diferenciación del valor del trabajo, la pertenencia y la procedencia como criterios de comportamiento, así como la valoración que se tiene en las relaciones sociales. Las imágenes sobre el valor que tienen las personas y las presunciones sobre su comportamiento, junto con la imagen de sus costumbres, me muestran que el nuevo racismo es una construcción social de dominación, y aunque con ello descubro características del racismo moderno, con ello no puedo decir que todos los racismos sean iguales, o que se trate de una cuestión que acompaña, de manera inevitable, a las relaciones de todas las sociedades. Un ejemplo de esta contradicción son los análisis que tratan de presentar el racismo como una cuestión de distinciones de colores de piel, estos análisis encuentran rápidamente la dificultad de que han existido racismos entre diferentes grupos aunque a simple vista ambos eran blancos, el gran ejemplo son las complejas relaciones de las personas del este de Europa que han emigrado a EEUU. Tampoco se puede generalizar en los discursos y sus estructuras de encubrimiento. En cambio, si se toma el racismo como un instrumento de dominación puedo empezar a descubrir que tiene elementos comunes que nos hace distinguirlo como una aberración de los demás. Aunque la ideología tratará de cubrir este juicio fundamental de la moral, cuando se nota que el racismo corresponde con los afanes de explotación y con la creación de imágenes del comportamiento de los demás de acuerdo a su procedencia. Esto podría aparecer como evidente en las relaciones sociales cotidianas, sobre todo cuando se observa que se exacerban los temores entre grupos humanos, y las reacciones se pueden tornar en estrictos controles policiacos y la justificación de agresiones.

Esto último es necesario que sea matizado, ya que es evidente que los grupos hegemónicos tienen en sus manos el manejo de políticas públicas, que se encargarán de preservar las jerarquías socioraciales, sobre todo a través del control de la sexualidad en la familia burguesa. En esta línea puedo empezar a dilucidar, sobre la comprensión del racismo como un instrumento de dominación en las jerarquías sociales y la distinción del valor del trabajo, que no puede haber un racismo que los doblegados ejerzan sobre los que les reprimen, sino que podrían tratarse de reacciones de desconfianza o hasta de resentimiento al sometimiento. Por eso se dice que los grupos que han sido doblegados por criterios raciales se entregan a las subculturas de la violencia1, pero se tiene que matizar que eso es una reacción de defensa, que en muchos casos manifiesta la impotencia y la ira que produce el rechazo, la minusvaloración y la segregación constantes, y no se presenta como un instrumento sistemático de dominación, sino como una reacción que trata de desarticular el menosprecio.


Fráncfort del Meno, 15 de julio de 2011