jueves, 13 de septiembre de 2012

“Por arte de magia, ahora todos somos iguales”


Constantemente escuchamos que el racismo es un mal del pasado, que fue superado por un punto cero en el que, por arte de magia, dejamos las diferencias y pasamos a ser iguales. Ahora todo parece depender de la iniciativa de cada uno. Es más, con el punto cero pretendemos alejarnos de aquellos criterios que tomaban el origen, la procedencia étnica y la raza como si fueran normas sociales. Sin embargo, y aunque decimos que las categorías de raza están metidas en el cuarto de los cachivaches, mantenemos, creemos y seguimos viviendo de acuerdo a esos criterios.

En la Primera Encuesta Nacional de Juventud en Guatemala, realizada en el año 2011, se puede entender que los jóvenes guatemaltecos siguen experimentando discriminación debido a la forma de vestir, el grupo socioeconómico, el lugar de vivienda y el color de la piel. Este dato nos da la pauta sobre las condiciones del nuevo racismo. Los jóvenes perciben que la discriminación étnica dejó de tener importancia en lo que se dice a viva voz. Sin embargo, la discriminación por pertenencia étnica se sigue experimentando con mucha fuerza en los lugares de trabajo. Los jóvenes indicaron, contundentemente, que lo étnico sigue siendo muy importante en el trato que reciben en los trabajos. No cabe duda que estamos ante un nuevo racismo; un racismo que no menciona la raza.

Alguien podría decir que las condiciones en que los jóvenes experimentan discriminación no son más que elementos superficiales, ejemplificados en la importancia de la vestimenta, que se toman con exagerada importancia en esa etapa de la vida. No obstante, con ello podemos clarificar algo al respecto. Porque si consideramos que la discriminación no es sólo por la vestimenta, sino por el lugar de la vivienda, el color de la piel y el estrato social, comprendemos que están dando la caracterización de las comunidades que fueron señaladas como inferiores en el antiguo racismo. Quizás los jóvenes perciben que la estructura social de Guatemala se asienta sobre la diferenciación de espacios sociogeográficos muy bien marcados, en el que se conjugan elementos económicos y étnicos. Quiere decir que la vestimenta sólo es la punta del iceberg de una problemática más profunda, que manifiesta el desprecio que experimentan los jóvenes.

Por eso es necesario analizar las condiciones en que se gesta el nuevo racismo. Porque no nos podemos contentar con analizar un racismo sin más, movido por una suerte de inercia social. Por ello tendríamos que buscar las causas. De no hacerlo podríamos correr el riesgo de pensar, falsamente, que el enfrentamiento debido a diferencias raciales “son naturales”. El nuevo racismo se evidencia en que se sigue teniendo a los indígenas como seres insignificantes. Y aunque pocos dudarían de su humanidad, sin embargo se inclinan por cuestiones como la vestimenta, el estrato social y el lugar de vivienda. Seguimos pensando que los indígenas tienen “defectos de origen o de fábrica”, que los conduce, tarde o temprano, a cometer el mal. De esa forma se crean fantasmas sobre su comportamiento en sociedad. Cuando los fantasmas del comportamiento se afianzan en la mentalidad de todos, se acuñan estereotipos sobre su identidad. Los estereotipos son construcciones abstractas, que intentan generalizar la identidad de las personas. Se generaliza la identidad cuando se crean modelos de roles sociales a los que las personas que otrora fueron consideradas como inferiores, tienen que corresponder. Regularmente se presupone que los indígenas son más dados a ocupar puestos en los que se obedece, que no cuentan con iniciativa propia y que proceden como si fueran manadas. Los estereotipos se convierten en un problema social grave cuando se toman como si fueran reglas para las instituciones como las escuelas, el trabajo, las iglesias, los gobiernos, etc. Además, los estereotipos pueden ser tomados como reglas necesarias para conducirse en las relaciones sociales. Estas “reglas” no se comprueban en la práctica; son tomadas como si fueran guías para dirigirse en lo cotidiano.

Así, es muy fácil que los estereotipos de la identidad influyan en la construcción de prejuicios sobre el comportamiento de las personas. No es casualidad que los jóvenes manifiesten que los elementos de la discriminación sean la vestimenta y el color de la piel. Con ese señalamiento coinciden perfectamente con las condiciones de exclusión de las personas que fueron consideradas inferiores con las viejas categorías raciales.

Bajo estas dimensiones se gesta el nuevo racismo. Para ello se mantienen las condiciones de exclusión bajo las suposiciones que deforman a los demás, pero no sólo. Las sociedades continúan siendo dirigidas bajo los fantasmas de la identidad, sólo que ahora se niega. Por otra parte se establecen creencias sobre que existen grupos humanos que son más avanzados que otros. De esa manera, lo que se dice sobre el desarrollo, más que proveer condiciones favorables de vida, termina por acuñar la deformación de los indígenas. Porque los criterios de las comunidades consideradas avanzadas, sirven para menospreciar a las tenidas por menos desarrolladas. Con ello se justifica la creencia que los grupos “desarrollados” pueden y deben intervenir en el destino de los demás. En la contrapartida, se reforzará el fantasma que los que no han alcanzado “desarrollo”, se debe a la decadencia de sus formas de vida. Olvidando así la historia colonial de opresión, explotación y saqueo, vigente en la actual depredación de los recursos naturales para las transnacionales extractivas, así como en la continuidad feudal de la propiedad de la tierra para monocultivos.


Todo eso quiere decir que encontramos el nuevo racismo en cuatro elementos: 1. Valor diferenciado del trabajo. En este punto se hace evidente que el trabajo es medido de acuerdo a criterios de pertenencia étnica. Sobre el trabajo de las personas que otrora fueran catalogados como inferiores, pesa la creencia que tiene un valor diferente. 2. Condiciones valorativas de participación social y derechos de participación efectiva. 3. Valor concedido a idiomas, religiones y ciencias. 4. Ideales de bienestar y de belleza. Con ello se trata de justificar que el nivel de vida y el rango social se unen a la apariencia física. Esto coincide con lo señalado por los jóvenes en la encuesta nacional del año pasado.

Ante estas evidencias no podemos dejar de considerar que el racismo sigue operando en las relaciones sociales, con implicaciones que dejan lo que se dice de la igualdad como una artimaña. Porque, para no hablar de la vulnerabilidad que genera la suposición que el trabajo de los indígenas es inferior al del resto de la población, se pasa inmediatamente a hablar de la igualdad de oportunidades. Tal vez quisiéramos taparnos los ojos y afirmar lo contrario. Ahora cuando nos hablen de igualdad pensemos en la esquizofrenia. El esquizofrénico crea mundos alternos, que casi siempre son mejores que el mundo en el que vive. Cuando nos digan que ahora todos somos iguales, traigamos ante nuestros ojos las graves condiciones de pobreza, y pobreza extrema, en que viven la mayorías de indígenas. Recordemos las más de doscientas mil víctimas del Genocidio Maya de finales del siglo XX. Tengamos presente el enorme desprecio por la vida de los indígenas, evidenciado en los cientos de osamentas encontradas atadas de pies y manos, o con sogas al cuello, en las fosas comunes del occidente del país. Sumemos el desprecio de los que niegan el genocidio, diciendo que son muertos del terremoto de 1976. Consideremos los puestos de subordinación y los salarios de hambre de los indígenas en las fincas azucareras. Reflexionemos sobre los pocos indígenas que llegan a la universidad, y aún cuando llegan, siguen pensando que su amistad no es interesante, porque no representan mejores contactos. Observemos el inmenso desprecio por las luchas por la tierra, en contra del daño al medio ambiente y la expropiación de los recursos naturales que representan las minerías y las hidroeléctricas. Personifiquemos a los periodistas nefastos que en los mass media tratan de desprestigiar las luchas indígenas con imágenes romantizadas que intentan minusvalorarles como seres ingenuos, manipulables, aletargados y sin capacidad de iniciativa y criterio propio. Veamos a los que por sentirse levemente superiores, consideran que las luchas sociales están compuestas por seres irredentos e insumisos, poco menos que criminales.

El panorama no pinta muy alentador, únicamente queda la esperanza que los jóvenes son cada vez más conscientes de la situación. Aunque no sabemos el margen de maniobra social que tendrán en el futuro próximo, podemos asegurar que tienen la discriminación como lo que es; una perversidad. Una perversidad que por más que se niega en los discursos de la igualdad, se hace más que evidente en la inmensa pobreza y exclusión en la que vivimos. Quizá por eso los jóvenes son tan valientes y determinados en las luchas sociales; saben muy bien que hacerse los desentendidos nos traerá más de lo mismo, más desesperanza por la pobreza y la exclusión sin término. Desesperanza que los mayores de treinta tenemos por normal, en una sociedad que pretendió pasar por los horrores de la guerra, y por sus infaustas consecuencias, como si no fuera con ellos.