lunes, 28 de julio de 2008

El mito de la mejor civilización

En los pueblos pobres se considera que la mejor civilización es el occidente desarrollado. Este fue el señalamiento de Günter Grass[i] al referirse a los pueblos de Sudamérica en una conferencia que impartiera en la Universidad de Göttingen, en el año 1989. Grass tildó esta creencia como un mito nefasto para la biodiversidad de esas regiones, ya que en pos del desarrollo se destruyen los ecosistemas. No hay duda que la conclusión que sacó Grass no es más nefasta que la premisa; considerar que los pueblos pobres viven en “armonía” con la naturaleza y que el desarrollo, al menos lo que entienden los países ricos por ello, perturbaría su simpleza, espontaneidad y su cercanía con la naturaleza. Pero también hay algo de cierto en su premisa: los pueblos pobres han interiorizado el yugo que les ha mantenido atados a los países europeos, y luego a E.E.U.U., para trasladar sus esperanzas e ilusiones a otra civilización que no es la suya, sino la de los países ricos. Por ello se dice que ahora la tierra prometida no es la que mana leche y miel, sino la que mana euros y dólares.

Ahora resulta que los países pobres también están desarraigados de significado. Porque al trasladar el modelo de la mejor civilización a otra que no es la propia se terminó por expropiar el mundo espiritual; el de las creencias y significados. Un ataque al centro de la cultura; porque una de las razones por la que nos mantenemos en la cultura es precisamente porque con sus significados, tradiciones y modelos se nos mantiene aferrados a un estilo de vida que nos da explicaciones y razones para seguir viviendo en colectividad. No hay duda que con esta visión se consigue que los llamados tercermundistas terminen actuando contra sí mismos, porque les quedan solamente dos alternativas: tratar de emigrar a los países desarrollados, aún con los peligros que representan las cada vez más represivas políticas antimigratorias, o a través de negocios ilícitos, clientelismo político y corrupción gubernamental. Quiere decir que estamos apostados sobre un sistema de creencias que al desarraigarnos nos somete a tratar de salir de pobres por todos los medios posibles, y luego convertir en héroe al que con artimañas y ardides logra conseguir la añorada riqueza. Creo que la dialéctica de la historia no nos pudo dar un destino más fatal. Un colonialismo a ultranza, que gana a la imaginación de los pueblos pobres, se ha prestado para dominar, ahora de forma sutil y subrepticia hasta el pensamiento. En donde el juego parece consistir en instalar una escenografía de la vida que tienen los pueblos desarrollados enfrente de los que no lo son, para que tengan una representación de cómo sería el desarrollo, y que ellos podrían alcanzar por medio de seguir los lineamientos económicos que se les dictan, ahora con los tratados de comercio, pero que no vallan a cometer la osadía de tratar de ser como ellos, porque serán expulsados inmediatamente, por “igualados y relamidos”. Creo que esta es en buena parte fuente de la desesperanza y el desaliento que termina por orillar a los habitantes de los países pobres a buscar la mejor civilización, pese a las restricciones y los peligros latentes, o a involucrarse en tareas que les pueden reportar más beneficios, tales como el narcotráfico o también la búsqueda de puestos políticos para conseguir el desarrollo que siempre se les ha negado, pero que han visto representado en el escenario de los significados del desarrollo.

Quiere decir que la fuente del sentido de los pueblos pobres se ubica en otra cultura. No puede haber noticia más infausta para los ya atormentados pueblos pobres; las soluciones están en no seguir siendo lo que son, sino en ansiar el desarrollo, eso sí con la gran advertencia de no destruir el medio ambiente, no porque se tenga conciencia verde, sino porque representan recursos que luego los países ricos pueden utilizar, o comprarnos si quieren, claro siempre ellos ponen el precio y las condiciones en que se nos serán comprados, porque tenemos como seguro que ellos son los que saben de negocios, de economía, de ciencia y por ende de desarrollo. Otro dictado más desde la escenografía del desarrollo. No encuentro mejor ejemplo que la negociación que están realizando los gobiernos de los países centroamericanos para firmar un tratado de comercio con la Unión Europea, solamente que ahora se habla de que los pueblos pobres puedan llegar a ser competitivos, y así alcanzar a toda costa las condiciones que se nos imponen para comprar nuestros productos, principalmente agrícolas, que no son solamente condiciones relacionadas con la compra sino con políticas estatales; concesiones y eliminación de subsidios por parte del Estado, bajo la falacia que se tiene que promover un mercado con igualdad de condiciones. Y digo falacia porque el libre mercado sigue siendo una metafísica que tiene reglas propias y funciona, pero que no por funcionar es necesariamente justo. Mientras que el parlamento europeo aprobó una ley que criminaliza a los trabajadores inmigrantes y les impone penas de hasta 18 meses en prisión.

En la escenografía del desarrollo la vida buena se entiende en una relación negada; allá hay seguridad, aquí tenemos inseguridad constante; allá hay trabajo, aquí el trabajo no existe; allá se tienen todas las comodidades, acá todo lo tenemos que hacer a mano y con mucho trabajo; allá hay verdadero arte, allá hay verdadera ciencia y adelantos tecnológicos, acá es la desolación y el crujir de dientes. Se dice que podemos conocer algo por lo que no es, pues he aquí un ejemplo. El allá de los países desarrollados se convierte en el espejo en dónde nunca nos hemos visto y por negación se convierte en el referente de nuestro subdesarrollo. Otra representación del yugo invisible en el escenario del desarrollo. Ahora resulta que somos pobres hasta en significados, porque al poner los significados de la vida buena de los países pobres en los países ricos se sigue una obscura lógica en que se vacía de significado a los pobres y se les pone nuevamente como ingenuos compradores de espejitos. Prueba de ello es que ahora las técnicas para alejar a los inmigrantes incluyen vejámenes sociales, como considerarles delincuentes y encarcelarles junto con asesinos y pillos de toda índole. Se quiere persuadir sobre el significado del allá como tierra prometida por medio de la fuerza, para indicar que no se trata sólo de bienestar sino que la osadía de buscar la dichosa tierra prometida es una insolencia que se puede pagar caro, bajo el postulado que sólo unos pocos tienen derecho y legitimidad para ser depositarios del bienestar y las ventajas que han obtenido los países ricos. Una metafísica de significados que se desploma en la realidad de que existen privilegiados por azar racial y otros que están condenados a no tener significado en sí mismos por fatalidad histórica; sus países fueron diseñados para ser saqueados consuetudinariamente y sus creencias más profundas conducidas a un escenario que siempre se ve lejos y que siempre es un artificio. ¡Vaya desesperanza la nuestra!

Marlon Urizar

Frankfurt am Main, 28 de julio de 2008

martes, 22 de julio de 2008

¿Venerar ó superar?

Tal vez el efecto de haber sido colonizados nos ha dejado implícita la actitud de venerar y aceptar. Esta es una fatalidad histórica que termina por convertirnos en malinchistas. Todo lo foráneo tendemos a verlo como bueno. No sé si será cierto, además no tengo los medios para saberlo, pero se dice que cuando llegaron los españoles a las tierras que hoy se conocen como América, algunos habitantes de las tierras de Mesoamérica pensaron que se trataba de divinidades encarnadas, por el color de su tez y las barbas. Y creo que esa aseveración tenía mucho de cierto, ya que las divinidades no eran precisamente honorables y coherentes con sus palabras; por eso considero que los europeos son los genios del discurso precisamente porque saben ser elocuentes y con ello ocultar sus verdaderas intenciones. Desde ese tiempo Mesoamérica ha vivido volteada a sí misma, con ojos solamente para lo que sucedía en ultramar, en una carrera de asimilación en la que siempre tiene que empezar de cero. Pero el problema no es la asimilación, sino que hemos llegado a un momento en que lo occidental es el modelo que perseguimos, sin que se nos impongan yugos. Parece que la conquista ha llegado hasta el punto en que tenemos un yugo inmanente.

Europa se ha cansado de sus posturas, de sus significados, ahora busca en las culturas vernáculas un sentido que les conduzca a una visión primigenia sobre la vida, que les llene de sentido; cuando sus vidas han conocido la melancolía de la seguridad y la cotidianidad. Pero eso no es todo, ahora que vuelven su vista a las culturas que doblegaron y explotaron por muchos años, se dan cuenta que ese mismo espíritu de reciprocidad que se esperaba de ellos, nos devuelve de manera fatal a ponernos de forma absoluta en sus manos. De tal modo que estando sujetos a ellos esperáramos que no nos abandonaran, es más, que podremos ser socios y hasta amigos que se tienden la mano, como cuando se cultiva una amistad sabiendo que en momentos de penuria la ayuda y la confianza serán recompensadas con creces. Pienso esto por los problemas que están teniendo los inmigrantes latinoamericanos, pero en especial los guatemaltecos, en Estados Unidos y que ahora se vislumbra también en la Unión Europea. Los argumentos que se esgrimen en contra de estas posturas en Latinoamérica son patéticos; se esperaba que los europeos devolvieran la cortesía de la hospitalidad que se les brindó en los momentos más difíciles, tales como las migraciones de europeos pobres a países latinoamericanos después de las guerras mundiales. Pero no debemos olvidar el principio de que el señor olvida muy rápido los favores que le hacen los vasallos, mientras que los vasallos pueden llegar hasta la muerte por retribuir los pequeños favores concedidos por parte de los señores. Otra característica del yugo inmanente e invisible con el que cargamos los latinos.

La filosofía no ha estado exenta de estos vaivenes. Por muchos años mientras me preparaba en la universidad sentía que vivía en dos realidades diferentes; la de los estudios de filosofía, y por otra parte la vida en casa, en las calles, en el trabajo y en mi pueblo. Hasta llegué a pensar que la cotidianidad me distraía de la filosofía y que me agotaba en cuestiones que consideraba “de poco interés”, claro, de manera arrogante pensaba que podía ser como un intelectual europeo que despreciaba los problemas sociales y burgueses para dedicarse a pulir su propio estilo. Sandez más grande no pude haber concebido. Y creo que es el camino que toman muchos que se consideran “intelectuales”, para formar parte de grupúsculos de snobistas que se rinden culto entre ellos mismos.

Mucho se ha dicho que los métodos filosóficos que se han llevado a América Latina han sido modificados de manera tal que se han hecho propios, es decir, para poder aplicar una corriente de pensamiento, por ejemplo el positivismo en el siglo XIX, se tuvo que hacer un trabajo de comprensión por parte de los intelectuales de estas tierras y que eso les condujo a una apropiación de dicha corriente. Todo este juego de palabras para no decir que lo que consiguieron fueron imitaciones de segunda que sirvieron para mantener la hegemonía del sentido europeo, en una oligarquía que se afanaba por recibir la primera tanda de las migajas que les repartían. Este es sólo un ejemplo de estas corrientes que se han venido sucediendo desde los primeros escolásticos, que se preguntaron si los aborígenes tenían el mismo estatus de un cristiano europeo, en cuanto a capacidades artísticas, científicas, religiosas y morales, para llegar a la funesta conclusión que sí podían llegar a ser como un europeo, pero que tenían que ser “educados” en las formas europeas del “buen vivir y del buen pensar”. Bajo esta premisa, se destruyó todo vestigio del conocimiento de estos pueblos. Es evidente que el pensamiento no es inocuo, y que la filosofía no es la inocente búsqueda de la verdad, porque mientras nos dedicamos a asimilar de la mejor manera posible el pensamiento europeo, pensando que es una manera de volvernos intelectuales de prestigio, lo único que conseguimos es repetir de manera dialéctica el destino social al que hemos sido condenados.

Un ejemplo más que evidente es el contexto de la crisis energética actual. Por décadas, se empujó a los países pobres a tomar medidas que se fundaban en un movimiento economicista que consideraba que el mercado y su relación entre demanda y oferta podría llegar a “equilibrar” las relaciones sociales por medio de la generación de riqueza para todos. Mientras los países ricos fortalecían las relaciones entre sus gobiernos y las grandes transnacionales por medio de subsidios y subvenciones; por supuesto, con el incremento de los impuestos a las clases medias. Ahora, los gobiernos de los países pobres no tienen los medios para aliviar la hambruna y la falta de trabajo ante la crisis económica mundial.

Los esfuerzos de asimilación del pensamiento no son pocos, desde los que intentaron implantar los ideales de la ilustración en estas tierras, por medio de introducir los ideales románticos de la antigua Grecia en la educación, en la arquitectura y en las artes, hasta llegar a los intentos de verdaderas ingenierías humanas que proponían la “mejora de la raza” por medio de ofrecer tierras a europeos que estuvieran dispuestos a recolonizar América, y con ello modernizar a los habitantes de estas tierras que se consideraban atrasados y primitivos. Otra de las características que tiene el yugo invisible que aún llevamos; considerarnos atrasados y primitivos, al punto de paralizarnos. El significado de atrasado y primitivo permeó el yugo invisible. De manera tal que en la actualidad se escuchan voces que exigen que para hacer filosofía en América Latina primero tendríamos que asimilar y comprender muy bien la filosofía occidental, para poder luego darle el estatus de sistematicidad y validez a nuestros pensares filosóficos, y con ello tener la ingenua seguridad que seremos tomados en cuenta en el corpus de los filósofos consagrados.

Actualmente se escuchan propuestas que tratan de integrar el pensamiento vernáculo de los pueblos de estas tierras e inscribirlos como pensamiento sin logos europeizante. El problema es que esta propuesta no ha logrado mostrar este nuevo pensamiento sin tener que estar ligado a lo que ya dijeron los mismos pensadores europeos que ya habían analizado la manera en que Europa ha colonizado a muchos países del mundo. Ejemplos evidentísimos como Foucault, Derrida y Levinas podrían mostrar cómo Europa empezó a verse a sí misma. El problema es que estos pensadores que proponen una filosofía intercultural se han quedado en la repetición de los modelos de autocrítica que ya habían realizado los mismos pensadores europeos, con la variante de haberles agregado alguna ejemplificación con la realidad de América y la explicación de algún término. Después de haber comprobado que el mencionado pensamiento intercultural es una adaptación de la filosofía de la liberación, me parece que todo ha terminado en retórica vacía y sosa.

Estados Unidos se ha convertido en un referente importante para los pensadores latinoamericanos. Las universidades más ricas del mundo se ubican en esa nación y por ello cuentan con grandes recursos para la investigación. No obstante, muchos de los que han ido a especializarse en filosofía no encuentran un lugar en la realidad latinoamericana, por haberse preparado en la erudición compiladora de la filosofía, pero no existe un esfuerzo por apropiarse de la tradición filosófica y luego estirarla al punto de romperla y conseguir con ello que se empiece a decir quiénes somos, qué pensamos, por qué creemos en lo que creemos y por qué vivimos como vivimos. Lo cierto es que muchos de estos especialistas en filosofía han terminado por regresar a las universidades que los formaron, desilusionados y frustrados porque sus países no los pudieron “comprender”.

Entonces ¿Tendríamos que echar a la filosofía de América Latina? Creo que no. Pero considero que debemos dar unos tres pasos que nos desorienten desde la falda del volcán, para llegar a donde nunca hemos esperado llegar; creo que es imperativo que dejemos de venerar a la filosofía occidental como si se tratara de la Filosofía Universal, sistemática y única, para empezar a verla tal cual: el camino que se recorre, por medio de la profundización y el conocimiento, para luego decir lo que podemos y debemos decir. No sólo repetirla y guardarla, sino forzarla para que nos permita decir algo nuevo; para encontrarle el espacio que no ha sido indagado, para contar sobre lo que no se ha visto. Para dejar de venerar a la filosofía tenemos que tomarla con nuestras manos y ver que es un esfuerzo de gente como nosotros que trato de comprender su entorno, a veces interrogándose y a ratos desnudando las creencias falsas que se tienen y sólo así poder trascenderla a decir lo que tenemos que decir sin pensar en que se trata de una filosofía desde un lugar en específico. Hoy incito a que cometamos un sacrilegio contra la filosofía, y en nuestro pecado nos convirtamos en filósofos y dejemos de ser decrépitos y exóticos loros parlantes. ¡Creo que alguien sonríe desde el Olimpo de los filósofos!

Marlon Urizar
Frankfurt am Main, 22 de julio de 2008

martes, 15 de julio de 2008

Más felicidad en el mundo

¿Es la felicidad algo parecido al bienestar? Con esta pregunta podríamos hacer una historia novelada de la humanidad, o una metaficción historiográfica, tan de moda en la narrativa contemporánea, de la búsqueda de la añorada felicidad. Porque muchos maestros de la espiritualidad, religiosos o no, así como filósofos se han ocupado de tan relevante tema. Por ello, perseguir la felicidad es parecido a la búsqueda de la piedra filosofal, a la que le vamos agregando unos cuantos elementos más; tales como la riqueza, la fuente de la eterna juventud, y la dicha en el amor. Quiere decir que consideramos que la felicidad está unida a la obtención de riquezas, a ser joven y bello por siempre y a tener amor sin reservas, y no sólo a prodigarlos sino también a recibirlo de manera desinteresada.

Recientemente apareció una encuesta que realizara el Instituto de Investigación Social de Michigan, que en la sección Perspectivas de la Ciencia Psicológica
[i], incluyó un estudio en el que se involucra a la mayoría de países del mundo, y se trató de ver cuán felices se sienten los habitantes parlantes de este planeta azul. Los resultados se podrían catalogar como optimistas. Por ejemplo, en países en dónde el nivel de vida apenas ha sobrepasado el límite de la pobreza se pudo percibir que se vive más feliz (México, Irlanda, Corea del Sur, Puerto Rico), mientras que en los países desarrollados, el índice de felicidad no creció nada desde que realizaron una encuesta parecida en 1981. En el extremo opuesto se encuentra Zimbabue, con índices alarmantes de infelicidad. Unos estancados, otros siendo felices en el filo de la abundancia y la pobreza, mientras que los que están sumidos en la pobreza son totalmente infelices.

Esto cambia radicalmente la postura que se tenía sobre la pobreza en la década de los 70’s del siglo pasado, que consideraba la pobreza como un medio para ser libre y por ende ser más feliz, es decir, para vivir menos apegado a lo material. Esta postura estaba ligada, según mi parecer, a reminiscencias de viejas religiones que enseñan la eliminación del deseo como la fuente de la felicidad, tal el caso del budismo. Pero mucha agua ha corrido por este río desde aquellos años. Ahora podríamos decir que nos venimos a dar cuenta que la felicidad fue anunciada por Aristóteles que indicó que la felicidad está en ser virtuoso. Ser virtuoso quería decir, que se podía mantener un balance entre tres necesidades insalvables que tenemos: la necesidad de los bienes materiales, por ejemplo, tener un cobijo ante la lluvia en una casa; la participación en las actividades colectivas, porque todos necesitamos ser reconocidos por los demás; estos dos elementos confiados a la búsqueda de los bienes espirituales, tales como la ética y el conocimiento por sí mismo, -los únicos en los que Aristóteles consideraba que el exceso produce belleza, porque el exceso en los dos primeros conduce a la desmesura y por ende a la infelicidad-, pueden conducirnos a la virtud. Aristóteles mismo reconocía que los que viven en los extremos no pueden ser virtuosos. Y como tenemos que encontrar un culpable de habernos desviado de la virtud aristotélica, tenemos que traer a colación a Jeremy Bentham, que afirmó que la felicidad podría estar unida al bienestar económico, para tener un referente por el que pudiéramos evaluar la manera en que alguien puede llegar a ser feliz. No obstante, el mismo Bentham reconoce que este es sólo un referente, ya que no consideraba que la riqueza fuera la felicidad en sí misma, y por ello se le podría reconocer un avance en cuanto que previó que la riqueza no es la felicidad sino el medio que proporciona confort, y por ello acuñó la propuesta que mientras más confort se pueda obtener se podrían tener más condiciones para ser felices y luego hacerlo patente. Lo cierto es que la experiencia de los países desarrollados, en dónde más confort se puede obtener, no son los más felices en la mencionada encuesta. Y ello se hace evidente en los países de Europa, -continente que cuenta con la mitad de puestos en la lista del G-8 de las naciones más ricas del mundo-, en dónde a pesar que se posee más confort no se vive necesariamente más feliz. Mientras que en Zimbabue los índices de infelicidad son alarmantes por no tener acceso a lo mínimo, caso muy parecido al de Guatemala, en dónde de cada cinco habitantes uno corre el riesgo de morir de hambre y el resto podría morir en el intento de pasar indocumentado por la frontera hacía el “feliz” Norte.

Esto podría mostrar que la felicidad está en la sensación de ir en pos de algo, es decir, que ya se tiene lo necesario para vivir (vivienda, alimentación y vestido), pero que siempre se puede llegar a alcanzar algo más, y que esa sensación que promueve el deseo de algo más… nos mantiene en un constante trance hacía la felicidad. Por ello, los extremadamente pobres, de la misma manera que los extremadamente ricos, no pueden llegar a experimentar este tránsito feliz. Por lo que estaríamos uniendo la felicidad con el deseo, no con los bienes espirituales que Aristóteles encontraba en el pensar, en la ciencia y en la ética, sino que este tipo de pensamiento nos mantiene en una “espiritualidad del deseo”, cuyo escenario es el mercado que pinta el capitalismo, de los que han dejado de ser pobres, pero que no son ricos todavía, pero que pueden llegar a serlo, al menos en teoría. Esto parece sostener la confianza en el capitalismo occidental, en alentar, y no sólo, en el retar el deseo de los animales políticos, porque al final ni la riqueza, como tampoco la pobreza, nos conducen a la felicidad, sino la naciente clase media que se forja a sí misma en sus deseos de más confort. Cuestión paradigmática en una crisis energética mundial, porque esta nueva fe en la felicidad de las clases medias se da en el sospechoso momento en que los países ricos vuelven la mirada sobre sus vecinos medio ricos-medio pobres para ver que tienen recursos energéticos que ellos podrían felizmente utilizar. Por eso ahora la felicidad habita en las clases medias. Para terminar esta metaficción historiográfica, no puedo más que reverenciar la felicidad de la clase media en los países medios, para luego alabar las bondades de su nueva y magnifica fuente de sentido, creada gracias al calor de un confortable sistema de energías renovables que se obtienen de materias tan bondadosas como el maíz y otros alimentos de los países más pobres.

Marlon Urizar
Frankfurt am Main 15 de julio de 2008
[i] Se puede confrontar en: http://noticias.latam.msn.com/articulo.aspx?cp-documentid=8530818

domingo, 6 de julio de 2008

“Mientras más piensan, menos viven”

Este era el título de un artículo que publicó la famosa página de correos electrónicos y mensajería instantánea MSN, fundada en una publicación de la AFP[i], sobre una investigación que realizaron científicos suizos. La investigación consistió en poner a prueba las destrezas de varios grupos de moscas. Para observar cuáles eran las más hábiles en aprender sobre olores agradables y desagradables, (me pregunto qué será la versión de un aroma agradable para una mosca), fueron sometidas a diferentes olores. Luego de varias generaciones, parece que algunas moscas se volvían más hábiles en detectar aromas por lo que se podían considerar “más inteligentes”. Lamentablemente, al finalizar el estudio se dieron cuenta que las infortunadas moscas inteligentes vivían menos. Todo esto me hizo preguntarme: ¿Qué es esto del pensar? Y en caso lo supiéramos, más allá de la sola diferenciación con la actividad del pensar, todavía podría preguntarme: ¿Pensar es lo mismo que ser inteligente? ¿Se puede realizar una concatenación entre pensar, inteligencia, aprendizaje y procedimientos de medición a partir de reacciones a ciertos impulsos?

Parece que el pensamiento sirve sólo para atormentarnos. La fórmula podría ser que mientras más pensemos viviremos menos, y por ello podríamos decir que hacer la diferenciación entre pensar y vivir nos conduce a la infausta conclusión que no vivimos por pensar, de manera tal que el pensar no fuera también vivir. Hasta las moscas que piensan más viven menos. Por ello podría decir que casi siempre hacemos una diferenciación entre pensar y vivir, como si el pensar perteneciera solamente a un extraño mundo de fantasía, en el que cual felices esquizofrénicos podemos vivir en un mundo ajeno a la realidad. Una vieja discusión envuelve este problema; la diferenciación entre pensar y actuar, que atraviesa nuestras vidas desde el momento en que pudimos decir cartesianamente Ego cogito, ergo sum (Pienso, luego soy). Parece que la vida se nos muestra sólo a partir de esto que le pusimos el nombre de pensar, o contrario a ello, la vida parece ser ajena a esto del pensar. Es común escuchar que existe cierto tipo de personas que no piensan nunca en sus vidas, viven en un mundo en el que evitan esto de pensar; bajo la premisa que es mejor vivir que hacerse bolas con problemas que al fin de cuentas no les reportará ningún beneficio. Casi siempre atribuimos esta característica a personas que no les interesan determinados temas y que tienen una vida fundada en la cursilería y la superficialidad; casi siempre modelos, o reinas de belleza. Reza el viejo dicho: “no hay dos glorias juntas” para afirmar que no se puede poseer belleza y ser inteligente a la vez.

Pero aunque digamos que es mejor pensar, y sufrir un poco, o dejar de vivir un poco, a pasar la vida como un vegetal, siempre estamos diferenciando el pensar del vivir. El pensar se convierte, en esa medida, en un juez que examina nuestra vida, que no deja de tener reminiscencias religiosas y funciones moralizantes. Las habilidades mentales que se requieren para comprender la ciencia y la tecnología, es otra de las características que atribuimos al pensar, o a ser inteligente. De esta suerte, se dice que un alumno puede ser muy inteligente en el área de matemáticas o en el dominio de los juegos electrónicos. Es evidente que ya unimos el pensar con la inteligencia. Y luego resulta que la inteligencia se puede medir por medio de las reacciones, esperadas o no, pero al fin predecibles de algún modo, y luego decimos que ésta se convierte en una ligación entre la actividad de la inteligencia y las reacciones más acertadas, principalmente para reaccionar ante determinado estímulo, que en el caso de las moscas se refería a los olores agradables o desagradables. Así que luego la reacción ante un estímulo puede ser aprendida, y, eso se relaciona con el pensar y con la inteligencia. La inteligencia es medida por las reacciones “adecuadas” o esperadas al nivel de aprendizaje, por lo que se termina llegando a la descabellada conclusión que se pueden controlar las condiciones del pensar y luego medirlos. Ante esto, no puedo dejar de evocar las prácticas de la educación formal. No encuentro modelo más risible que los métodos educativos de casi todo el mundo, en el que somos sometidos como moscas a estímulos artificiales; las que respondan de la manera que se espera, serán catalogados como inteligentes y pensantes, y se les concederán los honores pertinentes, mientras que los que no alcancen esas normas; ora porque no les interesa, ora porque sencillamente no lo entienden de esa manera, tendrán el premio de consuelo de sentir que pueden vivir más y mejor que los pobres atormentados en la constante lucha de probar que son inteligentes.
Sólo recuerdo que todavía no hemos dicho que es eso de pensar junto con la inteligencia –en que oscuro recoveco del intrincado cerebro se encuentra, si es que el pensar se encuentra sólo en el cerebro-, para luego atrevernos a decir que podemos medirlo conforme a ciertos parámetros y no sólo, sino que luego se realicen catálogos sobre las características de la inteligencia. En fin. ¡Salud, por la inteligencia de las infortunadas moscas pensantes!

Marlon Urizar
Frankfurt am Main, 6 de julio de 2008

[i] La breve nota la pueden confrontar en: http://afp.google.com/article/ALeqM5hzYb-bXehQWXt6Oty4Et8XAABzvQ