En los pueblos pobres se considera que la mejor civilización es el occidente desarrollado. Este fue el señalamiento de Günter Grass[i] al referirse a los pueblos de Sudamérica en una conferencia que impartiera en la Universidad de Göttingen, en el año 1989. Grass tildó esta creencia como un mito nefasto para la biodiversidad de esas regiones, ya que en pos del desarrollo se destruyen los ecosistemas. No hay duda que la conclusión que sacó Grass no es más nefasta que la premisa; considerar que los pueblos pobres viven en “armonía” con la naturaleza y que el desarrollo, al menos lo que entienden los países ricos por ello, perturbaría su simpleza, espontaneidad y su cercanía con la naturaleza. Pero también hay algo de cierto en su premisa: los pueblos pobres han interiorizado el yugo que les ha mantenido atados a los países europeos, y luego a E.E.U.U., para trasladar sus esperanzas e ilusiones a otra civilización que no es la suya, sino la de los países ricos. Por ello se dice que ahora la tierra prometida no es la que mana leche y miel, sino la que mana euros y dólares.
Ahora resulta que los países pobres también están desarraigados de significado. Porque al trasladar el modelo de la mejor civilización a otra que no es la propia se terminó por expropiar el mundo espiritual; el de las creencias y significados. Un ataque al centro de la cultura; porque una de las razones por la que nos mantenemos en la cultura es precisamente porque con sus significados, tradiciones y modelos se nos mantiene aferrados a un estilo de vida que nos da explicaciones y razones para seguir viviendo en colectividad. No hay duda que con esta visión se consigue que los llamados tercermundistas terminen actuando contra sí mismos, porque les quedan solamente dos alternativas: tratar de emigrar a los países desarrollados, aún con los peligros que representan las cada vez más represivas políticas antimigratorias, o a través de negocios ilícitos, clientelismo político y corrupción gubernamental. Quiere decir que estamos apostados sobre un sistema de creencias que al desarraigarnos nos somete a tratar de salir de pobres por todos los medios posibles, y luego convertir en héroe al que con artimañas y ardides logra conseguir la añorada riqueza. Creo que la dialéctica de la historia no nos pudo dar un destino más fatal. Un colonialismo a ultranza, que gana a la imaginación de los pueblos pobres, se ha prestado para dominar, ahora de forma sutil y subrepticia hasta el pensamiento. En donde el juego parece consistir en instalar una escenografía de la vida que tienen los pueblos desarrollados enfrente de los que no lo son, para que tengan una representación de cómo sería el desarrollo, y que ellos podrían alcanzar por medio de seguir los lineamientos económicos que se les dictan, ahora con los tratados de comercio, pero que no vallan a cometer la osadía de tratar de ser como ellos, porque serán expulsados inmediatamente, por “igualados y relamidos”. Creo que esta es en buena parte fuente de la desesperanza y el desaliento que termina por orillar a los habitantes de los países pobres a buscar la mejor civilización, pese a las restricciones y los peligros latentes, o a involucrarse en tareas que les pueden reportar más beneficios, tales como el narcotráfico o también la búsqueda de puestos políticos para conseguir el desarrollo que siempre se les ha negado, pero que han visto representado en el escenario de los significados del desarrollo.
Quiere decir que la fuente del sentido de los pueblos pobres se ubica en otra cultura. No puede haber noticia más infausta para los ya atormentados pueblos pobres; las soluciones están en no seguir siendo lo que son, sino en ansiar el desarrollo, eso sí con la gran advertencia de no destruir el medio ambiente, no porque se tenga conciencia verde, sino porque representan recursos que luego los países ricos pueden utilizar, o comprarnos si quieren, claro siempre ellos ponen el precio y las condiciones en que se nos serán comprados, porque tenemos como seguro que ellos son los que saben de negocios, de economía, de ciencia y por ende de desarrollo. Otro dictado más desde la escenografía del desarrollo. No encuentro mejor ejemplo que la negociación que están realizando los gobiernos de los países centroamericanos para firmar un tratado de comercio con la Unión Europea, solamente que ahora se habla de que los pueblos pobres puedan llegar a ser competitivos, y así alcanzar a toda costa las condiciones que se nos imponen para comprar nuestros productos, principalmente agrícolas, que no son solamente condiciones relacionadas con la compra sino con políticas estatales; concesiones y eliminación de subsidios por parte del Estado, bajo la falacia que se tiene que promover un mercado con igualdad de condiciones. Y digo falacia porque el libre mercado sigue siendo una metafísica que tiene reglas propias y funciona, pero que no por funcionar es necesariamente justo. Mientras que el parlamento europeo aprobó una ley que criminaliza a los trabajadores inmigrantes y les impone penas de hasta 18 meses en prisión.
En la escenografía del desarrollo la vida buena se entiende en una relación negada; allá hay seguridad, aquí tenemos inseguridad constante; allá hay trabajo, aquí el trabajo no existe; allá se tienen todas las comodidades, acá todo lo tenemos que hacer a mano y con mucho trabajo; allá hay verdadero arte, allá hay verdadera ciencia y adelantos tecnológicos, acá es la desolación y el crujir de dientes. Se dice que podemos conocer algo por lo que no es, pues he aquí un ejemplo. El allá de los países desarrollados se convierte en el espejo en dónde nunca nos hemos visto y por negación se convierte en el referente de nuestro subdesarrollo. Otra representación del yugo invisible en el escenario del desarrollo. Ahora resulta que somos pobres hasta en significados, porque al poner los significados de la vida buena de los países pobres en los países ricos se sigue una obscura lógica en que se vacía de significado a los pobres y se les pone nuevamente como ingenuos compradores de espejitos. Prueba de ello es que ahora las técnicas para alejar a los inmigrantes incluyen vejámenes sociales, como considerarles delincuentes y encarcelarles junto con asesinos y pillos de toda índole. Se quiere persuadir sobre el significado del allá como tierra prometida por medio de la fuerza, para indicar que no se trata sólo de bienestar sino que la osadía de buscar la dichosa tierra prometida es una insolencia que se puede pagar caro, bajo el postulado que sólo unos pocos tienen derecho y legitimidad para ser depositarios del bienestar y las ventajas que han obtenido los países ricos. Una metafísica de significados que se desploma en la realidad de que existen privilegiados por azar racial y otros que están condenados a no tener significado en sí mismos por fatalidad histórica; sus países fueron diseñados para ser saqueados consuetudinariamente y sus creencias más profundas conducidas a un escenario que siempre se ve lejos y que siempre es un artificio. ¡Vaya desesperanza la nuestra!
Ahora resulta que los países pobres también están desarraigados de significado. Porque al trasladar el modelo de la mejor civilización a otra que no es la propia se terminó por expropiar el mundo espiritual; el de las creencias y significados. Un ataque al centro de la cultura; porque una de las razones por la que nos mantenemos en la cultura es precisamente porque con sus significados, tradiciones y modelos se nos mantiene aferrados a un estilo de vida que nos da explicaciones y razones para seguir viviendo en colectividad. No hay duda que con esta visión se consigue que los llamados tercermundistas terminen actuando contra sí mismos, porque les quedan solamente dos alternativas: tratar de emigrar a los países desarrollados, aún con los peligros que representan las cada vez más represivas políticas antimigratorias, o a través de negocios ilícitos, clientelismo político y corrupción gubernamental. Quiere decir que estamos apostados sobre un sistema de creencias que al desarraigarnos nos somete a tratar de salir de pobres por todos los medios posibles, y luego convertir en héroe al que con artimañas y ardides logra conseguir la añorada riqueza. Creo que la dialéctica de la historia no nos pudo dar un destino más fatal. Un colonialismo a ultranza, que gana a la imaginación de los pueblos pobres, se ha prestado para dominar, ahora de forma sutil y subrepticia hasta el pensamiento. En donde el juego parece consistir en instalar una escenografía de la vida que tienen los pueblos desarrollados enfrente de los que no lo son, para que tengan una representación de cómo sería el desarrollo, y que ellos podrían alcanzar por medio de seguir los lineamientos económicos que se les dictan, ahora con los tratados de comercio, pero que no vallan a cometer la osadía de tratar de ser como ellos, porque serán expulsados inmediatamente, por “igualados y relamidos”. Creo que esta es en buena parte fuente de la desesperanza y el desaliento que termina por orillar a los habitantes de los países pobres a buscar la mejor civilización, pese a las restricciones y los peligros latentes, o a involucrarse en tareas que les pueden reportar más beneficios, tales como el narcotráfico o también la búsqueda de puestos políticos para conseguir el desarrollo que siempre se les ha negado, pero que han visto representado en el escenario de los significados del desarrollo.
Quiere decir que la fuente del sentido de los pueblos pobres se ubica en otra cultura. No puede haber noticia más infausta para los ya atormentados pueblos pobres; las soluciones están en no seguir siendo lo que son, sino en ansiar el desarrollo, eso sí con la gran advertencia de no destruir el medio ambiente, no porque se tenga conciencia verde, sino porque representan recursos que luego los países ricos pueden utilizar, o comprarnos si quieren, claro siempre ellos ponen el precio y las condiciones en que se nos serán comprados, porque tenemos como seguro que ellos son los que saben de negocios, de economía, de ciencia y por ende de desarrollo. Otro dictado más desde la escenografía del desarrollo. No encuentro mejor ejemplo que la negociación que están realizando los gobiernos de los países centroamericanos para firmar un tratado de comercio con la Unión Europea, solamente que ahora se habla de que los pueblos pobres puedan llegar a ser competitivos, y así alcanzar a toda costa las condiciones que se nos imponen para comprar nuestros productos, principalmente agrícolas, que no son solamente condiciones relacionadas con la compra sino con políticas estatales; concesiones y eliminación de subsidios por parte del Estado, bajo la falacia que se tiene que promover un mercado con igualdad de condiciones. Y digo falacia porque el libre mercado sigue siendo una metafísica que tiene reglas propias y funciona, pero que no por funcionar es necesariamente justo. Mientras que el parlamento europeo aprobó una ley que criminaliza a los trabajadores inmigrantes y les impone penas de hasta 18 meses en prisión.
En la escenografía del desarrollo la vida buena se entiende en una relación negada; allá hay seguridad, aquí tenemos inseguridad constante; allá hay trabajo, aquí el trabajo no existe; allá se tienen todas las comodidades, acá todo lo tenemos que hacer a mano y con mucho trabajo; allá hay verdadero arte, allá hay verdadera ciencia y adelantos tecnológicos, acá es la desolación y el crujir de dientes. Se dice que podemos conocer algo por lo que no es, pues he aquí un ejemplo. El allá de los países desarrollados se convierte en el espejo en dónde nunca nos hemos visto y por negación se convierte en el referente de nuestro subdesarrollo. Otra representación del yugo invisible en el escenario del desarrollo. Ahora resulta que somos pobres hasta en significados, porque al poner los significados de la vida buena de los países pobres en los países ricos se sigue una obscura lógica en que se vacía de significado a los pobres y se les pone nuevamente como ingenuos compradores de espejitos. Prueba de ello es que ahora las técnicas para alejar a los inmigrantes incluyen vejámenes sociales, como considerarles delincuentes y encarcelarles junto con asesinos y pillos de toda índole. Se quiere persuadir sobre el significado del allá como tierra prometida por medio de la fuerza, para indicar que no se trata sólo de bienestar sino que la osadía de buscar la dichosa tierra prometida es una insolencia que se puede pagar caro, bajo el postulado que sólo unos pocos tienen derecho y legitimidad para ser depositarios del bienestar y las ventajas que han obtenido los países ricos. Una metafísica de significados que se desploma en la realidad de que existen privilegiados por azar racial y otros que están condenados a no tener significado en sí mismos por fatalidad histórica; sus países fueron diseñados para ser saqueados consuetudinariamente y sus creencias más profundas conducidas a un escenario que siempre se ve lejos y que siempre es un artificio. ¡Vaya desesperanza la nuestra!
Marlon Urizar
Frankfurt am Main, 28 de julio de 2008