domingo, 6 de julio de 2008

“Mientras más piensan, menos viven”

Este era el título de un artículo que publicó la famosa página de correos electrónicos y mensajería instantánea MSN, fundada en una publicación de la AFP[i], sobre una investigación que realizaron científicos suizos. La investigación consistió en poner a prueba las destrezas de varios grupos de moscas. Para observar cuáles eran las más hábiles en aprender sobre olores agradables y desagradables, (me pregunto qué será la versión de un aroma agradable para una mosca), fueron sometidas a diferentes olores. Luego de varias generaciones, parece que algunas moscas se volvían más hábiles en detectar aromas por lo que se podían considerar “más inteligentes”. Lamentablemente, al finalizar el estudio se dieron cuenta que las infortunadas moscas inteligentes vivían menos. Todo esto me hizo preguntarme: ¿Qué es esto del pensar? Y en caso lo supiéramos, más allá de la sola diferenciación con la actividad del pensar, todavía podría preguntarme: ¿Pensar es lo mismo que ser inteligente? ¿Se puede realizar una concatenación entre pensar, inteligencia, aprendizaje y procedimientos de medición a partir de reacciones a ciertos impulsos?

Parece que el pensamiento sirve sólo para atormentarnos. La fórmula podría ser que mientras más pensemos viviremos menos, y por ello podríamos decir que hacer la diferenciación entre pensar y vivir nos conduce a la infausta conclusión que no vivimos por pensar, de manera tal que el pensar no fuera también vivir. Hasta las moscas que piensan más viven menos. Por ello podría decir que casi siempre hacemos una diferenciación entre pensar y vivir, como si el pensar perteneciera solamente a un extraño mundo de fantasía, en el que cual felices esquizofrénicos podemos vivir en un mundo ajeno a la realidad. Una vieja discusión envuelve este problema; la diferenciación entre pensar y actuar, que atraviesa nuestras vidas desde el momento en que pudimos decir cartesianamente Ego cogito, ergo sum (Pienso, luego soy). Parece que la vida se nos muestra sólo a partir de esto que le pusimos el nombre de pensar, o contrario a ello, la vida parece ser ajena a esto del pensar. Es común escuchar que existe cierto tipo de personas que no piensan nunca en sus vidas, viven en un mundo en el que evitan esto de pensar; bajo la premisa que es mejor vivir que hacerse bolas con problemas que al fin de cuentas no les reportará ningún beneficio. Casi siempre atribuimos esta característica a personas que no les interesan determinados temas y que tienen una vida fundada en la cursilería y la superficialidad; casi siempre modelos, o reinas de belleza. Reza el viejo dicho: “no hay dos glorias juntas” para afirmar que no se puede poseer belleza y ser inteligente a la vez.

Pero aunque digamos que es mejor pensar, y sufrir un poco, o dejar de vivir un poco, a pasar la vida como un vegetal, siempre estamos diferenciando el pensar del vivir. El pensar se convierte, en esa medida, en un juez que examina nuestra vida, que no deja de tener reminiscencias religiosas y funciones moralizantes. Las habilidades mentales que se requieren para comprender la ciencia y la tecnología, es otra de las características que atribuimos al pensar, o a ser inteligente. De esta suerte, se dice que un alumno puede ser muy inteligente en el área de matemáticas o en el dominio de los juegos electrónicos. Es evidente que ya unimos el pensar con la inteligencia. Y luego resulta que la inteligencia se puede medir por medio de las reacciones, esperadas o no, pero al fin predecibles de algún modo, y luego decimos que ésta se convierte en una ligación entre la actividad de la inteligencia y las reacciones más acertadas, principalmente para reaccionar ante determinado estímulo, que en el caso de las moscas se refería a los olores agradables o desagradables. Así que luego la reacción ante un estímulo puede ser aprendida, y, eso se relaciona con el pensar y con la inteligencia. La inteligencia es medida por las reacciones “adecuadas” o esperadas al nivel de aprendizaje, por lo que se termina llegando a la descabellada conclusión que se pueden controlar las condiciones del pensar y luego medirlos. Ante esto, no puedo dejar de evocar las prácticas de la educación formal. No encuentro modelo más risible que los métodos educativos de casi todo el mundo, en el que somos sometidos como moscas a estímulos artificiales; las que respondan de la manera que se espera, serán catalogados como inteligentes y pensantes, y se les concederán los honores pertinentes, mientras que los que no alcancen esas normas; ora porque no les interesa, ora porque sencillamente no lo entienden de esa manera, tendrán el premio de consuelo de sentir que pueden vivir más y mejor que los pobres atormentados en la constante lucha de probar que son inteligentes.
Sólo recuerdo que todavía no hemos dicho que es eso de pensar junto con la inteligencia –en que oscuro recoveco del intrincado cerebro se encuentra, si es que el pensar se encuentra sólo en el cerebro-, para luego atrevernos a decir que podemos medirlo conforme a ciertos parámetros y no sólo, sino que luego se realicen catálogos sobre las características de la inteligencia. En fin. ¡Salud, por la inteligencia de las infortunadas moscas pensantes!

Marlon Urizar
Frankfurt am Main, 6 de julio de 2008

[i] La breve nota la pueden confrontar en: http://afp.google.com/article/ALeqM5hzYb-bXehQWXt6Oty4Et8XAABzvQ

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