En
la actualidad se han acuñado una serie de discursos y retóricas
sobre la igualdad, asentados sobre el capitalismo moderno; entre las
que podemos contar las retóricas de igualdad de oportunidades para
todos. En el capitalismo tardío occidental estas condiciones han
sido explicadas en las condiciones del trabajo, que se han generado
para las clases medias. Cuestiones como tiempo libre, jornadas de
trabajo establecidas, estabilidad laboral y seguro social,
consiguieron que los sindicatos y los gremios moderaran sus demandas.
Sobre todo cuando consideramos que las luchas por las condiciones
favorables de trabajo, se han mudado al campo de los objetivos que se
tienen como individuos.
No
obstante, en Guatemala observamos otras condiciones del capitalismo
tardío. En primer momento tengo que aclarar que no puedo abordar el
concepto de clases sociales, porque estamos ante burocracias, tanto
privadas como públicas, que ofrecen servicios para la producción
relacionada con la tenencia feudal de la tierra. Por lo que podríamos
hablar más bien de estamentos sociales. Probablemente las remesas
que vienen del trabajo de los migrantes en Estados Unidos, sirvan
para pagar servicios como salud, educación, seguridad, etc. que
ofrecen los estamentos medios.
Contrario
al capitalismo tardío occidental, en Mesoamérica las luchas por
condiciones justas de trabajo no han mudado a un campo de negociación
de ventajas de trabajos cada vez más creativos y libres. Sino que se
han trasladado a la monotonía que establece que las personas no
pueden conseguir nada a través de las luchas laborales. No quiero
decir que las constantes vulnerabilidades no sean percibidas, sino
que las personas consideran que la reflexión sobre ello es
sencillamente inútil y con ello dejan de teorizar al respecto. La
monotonía se hace patente en expresiones tales como “el que se
mete a redentor, sale reventado”. Así se trasladan al campo de la
motivación personal. No hay duda que el auge del “positivismo” y
la “buena vibra” estén tan de moda hoy más que nunca. Al no
reflexionar sobre la vulnerabilidad y las deficiencias laborales, los
estamentos medios de trabajadores se quedan sin la posibilidad de
articular sus demandas. Con ello obtenemos lo que Honnethi
llama la “desverbalización”.
Cuando
no se provee de las condiciones laborales mínimas, los trabajadores
lo aceptan con mutismo por la improbabilidad de demandarlo
colectivamente. Antaño las demandas laborales fueron articuladas por
medio de los sindicatos. Aunque la historia reciente nos muestra que
fueron silenciados por medio de la fuerza, la desaparición forzada y
el asesinato. Ello ha generado desmoralización ante las pretensiones
sociales de mejores condiciones laborales. Los asalariados han
llegado a la apatía, porque sus luchas pueden obtener más bien
represión y exclusión antes que seguridades laborales. En tanto, en
las ideologías libertarias, liberales y neoliberales, se refuerza la
creencia que los problemas laborales se solucionarían por una suerte
de esfuerzo e iniciativa individual. Con ello se debilita la
constante que el gobierno tendría que ser el garante de las
condiciones laborales, por medio de reforzar las retóricas sobre que
las soluciones provienen de las iniciativas individuales. De esa
manera se desarticula el ya desvencijado tejido social. A ello
debemos sumar los graves problemas de pobreza extrema y miseria en el
que viven las mayorías de indígenas en este país. Que también se
pretenden dilucidar en las mismas retóricas de igualdad de
oportunidades. Junto a ello, debemos considerar la plusvalía social
de los grupos que reclaman un origen europeo o estadounidense. Así,
podríamos obtener un breve esbozo del capitalismo en el que vivimos.
i
Honneth, Axel (2011). “La sociedad del
desprecio”. Madrid: Trotta. pp. 65-73.
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