domingo, 22 de junio de 2008

¿Cuál es la tarea de la Filosofía?

Esta pregunta tendría que ser más bien ¿cuál es la tarea del filósofo o del que se dedica a la filosofía? Empiezo a pensar que la tarea del filósofo es la de ser el intérprete de los significados que subyacen en las creencias sociales sobre la vida, colectiva y particular, y que mueven, desde la monotonía de la cotidianidad, a seguir viviendo en grupo. El sacerdocio más raro es entonces el del filósofo, cercano a todos los campos, pero ajeno a ellos.
Pero hay muchísimas tareas en realidad, esta es sólo una, y se me podría objetar fácilmente que esa tarea es más bien de los semiólogos, o de los sociólogos, o en todo caso de los antropólogos; pero efectivamente ese es el problema, que no se tiene un campo específico, y por eso se lo atribuimos a la filosofía. Claro, la filosofía queda como una frontera amplísima en el que se vive más bien de la indeterminación, y eso nos acercaría a la mística y al arte. Pero también, viéndolo con ojos pequeño burgueses, podríamos decir que es entonces la tarea del vago que se encuentra un recoveco que le da cierto espacio para poder dedicarse a sus vagancias. Y digo pequeño burguesas, porque al final este vago, que se pone nombre tan rimbombante, siempre tiene un tufo de decadente aristócrata, que vive de unas supuestas rentas, que ahora se tienen que buscar de sus amoríos. Parece que los filósofos son vecinos de los poetas[i].
Podríamos decir que la filosofía nos conduce a un estado en que tratamos de encontrar la verdad, pero el problema es que mientras la tal verdad llega, -o nunca llega-, nos encontramos en el “tránsito” o en el “trabajo de parto” sempiternamente, por ello la empezamos a vivir como una pasión y se nos convierte en un deseo, del que podemos salir bien librados o no, porque algunos se pueden volver cínicos en el camino, y se dedican a la risa, otros en cambio se vuelven sofistas, y encuentran en la filosofía y en sus vaivenes la oportunidad para permitirse sus escapadas de la “moral” y de las “buenas costumbres”. Otra actitud es la del arrogante que piensa que ya no puede llegar a saber nada más y por supuesto que nadie se lo puede enseñar, porque ya sabe tanto que no necesita de más y se encierra en la “torre de marfil”. Pero hoy tengo que hacer una intromisión “paulina” en este areópago; la filosofía no puede seguir siendo cinismo, porque mientras nos reímos hay gente que muere de hambre; mientras nos dedicamos a escaparnos de la moral, repetimos de manera dialéctica las “buenas costumbres” del status quo; y finalmente, mientras nos encerramos en la torre de marfil, empezamos a pensar cada vez más en nosotros mismos y en nuestros patéticos problemas existenciales hasta que nos deprimimos y empezamos a vivir como unos enfermos sin estarlo realmente.
Y este es otro problema de los que nos dedicamos a esto de la filosofía, señalamos y señalamos, pero no hacemos nada, ni podemos mostrar una solución. Tal vez lo único que me queda es empezar a pensar cómo podría ser un filósofo responsable con su tiempo, con los problemas que le toca vivir, y no alejarse a lo que los filósofos consagrados, -casi siempre europeos-, han dicho y hecho. No estoy tratando de encontrar la piedra filosofal, porque ya sé que no existe tal cosa, pero sí que es necesario empezar a ser responsables de la actitud que tomamos frente a los gravísimos problemas que nos rodean.
La tarea del filósofo no es sólo interpretar significados. Sobre esta posibilidad exploraron los últimos filósofos del romanticismo alemán; tal como Nietzsche, Kierkegaard, Schopenhauer y el mismo Heidegger, tratando de encontrar el sentido ante la décadent alemana de aquellos años, ya vimos que los filósofos no fueron tomados en cuenta para la reactivación de tan esperado entusiasmo más que para los fines que buscaba el partido Nacional Socialista que terminó por exterminar a más de seis millones de personas. Ni siquiera mencionar a Karl Marx, cuya ciudad natal tuve el gusto de conocer recientemente, por el uso ideológico que se hizo de su propuesta y que también terminó sirviendo a totalitarismos.
También podríamos recordar a los filósofos que participaron, de una u otra manera, en el movimiento del 68, en el que podríamos traer los nombres de los más célebres, tanto en Francia como en Alemania, nombres como Sartre, Foucault, Adorno y Horkheimer podrían ser los más representativos, que nos traen la imagen del “filósofo comprometido”, participando en protestas y debatiendo en los escenarios públicos con los estudiantes y funcionarios.
Los filósofos-teólogos de la liberación no se nos pueden pasar por alto, nombres como Ellacuría, Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff y en su momento Dussel, podrían ser los más representativos de este movimiento que encontró en el evangelio una manera de transformar la realidad de pobreza y exclusión en que vive sumida la mayoría de la población en Latinoamérica… Realidad evidentísima en cada vuelta de cabeza, aún de la propia.
Lo malo de todo esto es que la tan ansiada solución no llegó, y el mundo parece evolucionar, al menos de manera social, a estadios en que el totalitarismo adopta posturas y formas cada vez más sutiles, en las que no podemos ver las maneras de dominación sin sentirnos atraídos por el deseo en el que se funda el llamado Capitalismo. Y digo llamado Capitalismo, porque nadie en realidad ha establecido en dónde está, ni siquiera los más sesudos intelectuales de “izquierdas”, sino que se convierte en otra metafísica que establecemos como un no sabemos dónde, pero que tiene vida y realidad propia. Nos toca nada más cuando nos encontramos con que el deseo nos puede dejar en la peor de las miserias, en que la mayoría tiene sólo eso: deseos, porque los que ya lo alcanzaron no tuvieron que hacer nada para llegar al status económico que alcanzaron por herencia, por no decir destino social, y otros mientras tanto fueron puestos para que anhelen ser como ellos; “tan humildes y sencillos, que no tienen necesidad de demostrar lo que tienen”.
¿Hacía dónde tendríamos que ir los filósofos? ¿Qué responsabilidad tenemos? ¿Qué tendríamos que hacer? ¿Tenemos alguna responsabilidad con nuestro entorno y por qué? A partir de estas preguntas puedo empezar a pensar…


[i] Sergio Ramírez rescata del olvido histórico, en que vivimos los centroamericanos, una historia fascinante sobre una acusación de vagancia que le hicieron al entonces joven poeta Rubén Darío, y les doy la dirección “pa’que veyan” que hay cosas buenas en la red y gratis, la dirección es: http://www.sergioramirez.org.ni/indexarticulos.htm y se titula “A lo que lleva la vagancia”, por supuesto el que les envía este vínculo lo encontró en una placentera jornada de vagancia junto a un buen vaso de vino.

2 comentarios:

guatemalavamosalcambio dijo...

Como un apredis de la filosofía, creo que la filosofía cada vez que me acerco a ella me embruja de una forma muy sutil.

Ante la realidad de América latina, que cada día más que pensarlas nos hablas por sí misma, un de los papeles del filósofo será ser como el moscardon que nos recuerda Socrates, en donde tenemos que presentar una forma más compleja y epistémica de la realidad, (aunque si la presentamos así quiza somos idealistas mejor sería presentarla tal y como es, porque si algo es innegable es la misma realidar, y por estarla viviendo y diseñando al mismo tiempo quizá no entiendas, pienso que no podemos estar pensando en la carabinad e ambrosio y el pienso luego existo, cuando en ese pensar se murio otro que saber si se arrojo o lo arrojaron a vivir a este mundo y paso a otro mundo que sepa tio Chema dónde esta)el pequeño detalle es que no se nos entienda y nos digan "locos", pero será una locura por las ideas y por una ansiedad hacia la Verdad que al final de todo saber donde esta o quien la tiene, pero no perdemos nada con buscarla, es más mejoramos nuestra condición de seres humanos al momento de pensar, de lo contrario denigramos nuestra consitencia de seres humanos y la reducimos a un nivel de animalidad peor que la de los mismos animales.

Sigamos dando vateria en la sociedad evitando caer en sofismas sutiles

Unknown dijo...

Filósofo vecino del poeta. Bienvenido pues, si se me permite hacerlo. Como comentábamos con otro amigo poeta, quizá lo somos, porque no pedimos serlo.