martes, 15 de julio de 2008

Más felicidad en el mundo

¿Es la felicidad algo parecido al bienestar? Con esta pregunta podríamos hacer una historia novelada de la humanidad, o una metaficción historiográfica, tan de moda en la narrativa contemporánea, de la búsqueda de la añorada felicidad. Porque muchos maestros de la espiritualidad, religiosos o no, así como filósofos se han ocupado de tan relevante tema. Por ello, perseguir la felicidad es parecido a la búsqueda de la piedra filosofal, a la que le vamos agregando unos cuantos elementos más; tales como la riqueza, la fuente de la eterna juventud, y la dicha en el amor. Quiere decir que consideramos que la felicidad está unida a la obtención de riquezas, a ser joven y bello por siempre y a tener amor sin reservas, y no sólo a prodigarlos sino también a recibirlo de manera desinteresada.

Recientemente apareció una encuesta que realizara el Instituto de Investigación Social de Michigan, que en la sección Perspectivas de la Ciencia Psicológica
[i], incluyó un estudio en el que se involucra a la mayoría de países del mundo, y se trató de ver cuán felices se sienten los habitantes parlantes de este planeta azul. Los resultados se podrían catalogar como optimistas. Por ejemplo, en países en dónde el nivel de vida apenas ha sobrepasado el límite de la pobreza se pudo percibir que se vive más feliz (México, Irlanda, Corea del Sur, Puerto Rico), mientras que en los países desarrollados, el índice de felicidad no creció nada desde que realizaron una encuesta parecida en 1981. En el extremo opuesto se encuentra Zimbabue, con índices alarmantes de infelicidad. Unos estancados, otros siendo felices en el filo de la abundancia y la pobreza, mientras que los que están sumidos en la pobreza son totalmente infelices.

Esto cambia radicalmente la postura que se tenía sobre la pobreza en la década de los 70’s del siglo pasado, que consideraba la pobreza como un medio para ser libre y por ende ser más feliz, es decir, para vivir menos apegado a lo material. Esta postura estaba ligada, según mi parecer, a reminiscencias de viejas religiones que enseñan la eliminación del deseo como la fuente de la felicidad, tal el caso del budismo. Pero mucha agua ha corrido por este río desde aquellos años. Ahora podríamos decir que nos venimos a dar cuenta que la felicidad fue anunciada por Aristóteles que indicó que la felicidad está en ser virtuoso. Ser virtuoso quería decir, que se podía mantener un balance entre tres necesidades insalvables que tenemos: la necesidad de los bienes materiales, por ejemplo, tener un cobijo ante la lluvia en una casa; la participación en las actividades colectivas, porque todos necesitamos ser reconocidos por los demás; estos dos elementos confiados a la búsqueda de los bienes espirituales, tales como la ética y el conocimiento por sí mismo, -los únicos en los que Aristóteles consideraba que el exceso produce belleza, porque el exceso en los dos primeros conduce a la desmesura y por ende a la infelicidad-, pueden conducirnos a la virtud. Aristóteles mismo reconocía que los que viven en los extremos no pueden ser virtuosos. Y como tenemos que encontrar un culpable de habernos desviado de la virtud aristotélica, tenemos que traer a colación a Jeremy Bentham, que afirmó que la felicidad podría estar unida al bienestar económico, para tener un referente por el que pudiéramos evaluar la manera en que alguien puede llegar a ser feliz. No obstante, el mismo Bentham reconoce que este es sólo un referente, ya que no consideraba que la riqueza fuera la felicidad en sí misma, y por ello se le podría reconocer un avance en cuanto que previó que la riqueza no es la felicidad sino el medio que proporciona confort, y por ello acuñó la propuesta que mientras más confort se pueda obtener se podrían tener más condiciones para ser felices y luego hacerlo patente. Lo cierto es que la experiencia de los países desarrollados, en dónde más confort se puede obtener, no son los más felices en la mencionada encuesta. Y ello se hace evidente en los países de Europa, -continente que cuenta con la mitad de puestos en la lista del G-8 de las naciones más ricas del mundo-, en dónde a pesar que se posee más confort no se vive necesariamente más feliz. Mientras que en Zimbabue los índices de infelicidad son alarmantes por no tener acceso a lo mínimo, caso muy parecido al de Guatemala, en dónde de cada cinco habitantes uno corre el riesgo de morir de hambre y el resto podría morir en el intento de pasar indocumentado por la frontera hacía el “feliz” Norte.

Esto podría mostrar que la felicidad está en la sensación de ir en pos de algo, es decir, que ya se tiene lo necesario para vivir (vivienda, alimentación y vestido), pero que siempre se puede llegar a alcanzar algo más, y que esa sensación que promueve el deseo de algo más… nos mantiene en un constante trance hacía la felicidad. Por ello, los extremadamente pobres, de la misma manera que los extremadamente ricos, no pueden llegar a experimentar este tránsito feliz. Por lo que estaríamos uniendo la felicidad con el deseo, no con los bienes espirituales que Aristóteles encontraba en el pensar, en la ciencia y en la ética, sino que este tipo de pensamiento nos mantiene en una “espiritualidad del deseo”, cuyo escenario es el mercado que pinta el capitalismo, de los que han dejado de ser pobres, pero que no son ricos todavía, pero que pueden llegar a serlo, al menos en teoría. Esto parece sostener la confianza en el capitalismo occidental, en alentar, y no sólo, en el retar el deseo de los animales políticos, porque al final ni la riqueza, como tampoco la pobreza, nos conducen a la felicidad, sino la naciente clase media que se forja a sí misma en sus deseos de más confort. Cuestión paradigmática en una crisis energética mundial, porque esta nueva fe en la felicidad de las clases medias se da en el sospechoso momento en que los países ricos vuelven la mirada sobre sus vecinos medio ricos-medio pobres para ver que tienen recursos energéticos que ellos podrían felizmente utilizar. Por eso ahora la felicidad habita en las clases medias. Para terminar esta metaficción historiográfica, no puedo más que reverenciar la felicidad de la clase media en los países medios, para luego alabar las bondades de su nueva y magnifica fuente de sentido, creada gracias al calor de un confortable sistema de energías renovables que se obtienen de materias tan bondadosas como el maíz y otros alimentos de los países más pobres.

Marlon Urizar
Frankfurt am Main 15 de julio de 2008
[i] Se puede confrontar en: http://noticias.latam.msn.com/articulo.aspx?cp-documentid=8530818

1 comentario:

Engel dijo...

Sin lugar a dudas mi querido amigo, vivimos en una época de abrumante indigencia que ningún discurso desarrollista e índice de desarrollo humano puede acallar y subsanar.

Me encanta tu esfuerzo y entusiasmo en continuar estas preguntas tan fundamentales, no solamente en nuestro indigentes tiempos, sino desde que hay seres humanos sobre la faz de la tierra.

Te envio mi todos mis ánimos y cariño en este fatigable llamado del pensador y el poeta. Engel