¿Qué nos hace reconocer la verdad de lo que no lo es? Si supuestamente nunca hemos tenido acceso a la verdad. Durante mi estancia en el seminario tuve la oportunidad de conocer de cerca a la institución más vieja del mundo, que entre sus principales aditamentos está la de ser la depositaria de la verdad, sobre un tumulto de supuestas falsedades. Recuerdo también la mezcla de ternura, tristeza y hasta frustración de mis padres al ver que uno de sus hijos optara por la vida solitaria de un cura. Por eso mismo creo que le dieron desayuno un día a un fulano que apareció en casa diciendo que era seminarista y que no tenía para su viaje a pastoral. Hábil el susodicho en la jerga seminarística, –palabras como pastoral, ministerios y hasta conocer la palabra ordenación sacerdotal para no decir graduación de cura-, hicieron que mis padres le creyeran; le dieron desayuno, le “prestaron” la rimbombante cantidad de cien quetzales, en ese entonces el equivalente a US$25 y el supuesto seminarista a cambio de sus bondades rezó por ellos, y también pidió por mí que de plano andaba igual que él, de pastoral y pidiendo por las casas para las causas más nobles. Cuando llegué a casa me comentaron el suceso como para decirme que habían ayudado a alguien que andaba por ahí como yo. Por supuesto me molesté mucho porque yo no andaba pidiendo dinero por las casas, eso hubiera contradicho del todo mis afanes de cambiar el mundo. Así empecé a escuchar y a conocer una serie de historias en realidad impresionantes en su momento, pero que luego pude generalizar en los que se hacían pasar por curas y celebraban misas y sacramentos en casas particulares y en funerarias, y cuando las autoridades de la Iglesia se enteraron de la simonía que se hacía con los sacramentos y con el buen nombre de los ministros, pues prohibieron inmediatamente la celebración de misas en casas particulares o en funerarias. La parafernalia de los curas falsos imitaba en todo a los de verdad; cargaban un ornamentado cáliz, hostias, vino, agua bendita, aceites para ungir a los enfermos y por supuesto todos los ornamentos con los que se revisten los ministros consagrados “realmente”. Por lo que la gente no tenía más que pagar su cuota y obtener a cambio un flamante sacramento que podía ir desde la bendición de una casa, el bautizo particular de un niño hasta la expulsión de algún demonio que se había instalado con el firme propósito de quitar la paz a los habitantes de tan distinguida residencia. De la misma manera tuve la oportunidad de conocer a muchos compañeros, que como yo no llegaron a ordenarse de curas, pero que fueron marcados hasta el tuétano por la formación sacerdotal, que siguieron vistiendo de negro, hablando y comportándose como suele comportarse un cura.
Todo esto sumado a una gama de ofertas de agrupaciones neopentecostales en dónde se ofrece sentir el fuego que cae del cielo, curar alguna enfermedad incurable o salvar a un pecador de las garras del temido pero juguetón Satanás, o alguno de sus secuaces, porque no hay que sentirse tan importante como para decir que el mismo Satanás fue el que condujo a un pobre irredento a las garras de la lujuria y los excesos, bien sabido tenemos que hay algunos diablillos que hacen eso mandados, mientras don Sata se dedica a los realmente importantes; como la consejería de los políticos y los grandes líderes mundiales.
Hace una semana capturaron en Guatemala a un fulano que engaño a los más suspicaces encargados de la seguridad del presidente de la República y que además consiguió que se le condujera a Puerto Barrios en un helicóptero de la Fuerza Aérea Guatemalteca. Pero eso no es todo. Se hizo pasar por cura convertido de la Iglesia Católica a los neopentecostales y no contento con ello, logró que le creyeran que era el hijo del embajador de España en Guatemala. La nota la pueden confrontar en elPeriódico del domingo 24 de agosto[i]. La historia es en verdad fascinante.
Todo esto me ha conducido a pensar sobre lo que consideramos verdadero, y me encuentro con que tenemos lo verdadero como sinónimo de legítimo. Lo cierto es que lo legítimo también es problemático, porque tenemos que recurrir a fundamentos que corresponden con cuestiones que son verdaderas. Es el viejo juego de la serpiente que devora su propia cola. La religión parece ser el campo de la verdad, en donde podemos estar seguros que podemos acceder a la verdad, por supuesto el garante es el mismísimo creador del cosmos, que no podría resultar engañándonos, -¿qué beneficio obtendría él con engañarnos? Tal vez sólo observar el patético espectáculo que daríamos de vivir engañados, desencantados que los hombres nunca dicen la verdad, es más, se aprovechan de nuestras creencias para engañarnos. El único inconveniente es que la ansiada verdad tiene que seguir siendo transmitida en forma de palabras humanas y por supuesto por medio de los hombres que pueden resultar más listos que nuestra buscada verdad. En fin. ¡Salud por la verdad!
Todo esto sumado a una gama de ofertas de agrupaciones neopentecostales en dónde se ofrece sentir el fuego que cae del cielo, curar alguna enfermedad incurable o salvar a un pecador de las garras del temido pero juguetón Satanás, o alguno de sus secuaces, porque no hay que sentirse tan importante como para decir que el mismo Satanás fue el que condujo a un pobre irredento a las garras de la lujuria y los excesos, bien sabido tenemos que hay algunos diablillos que hacen eso mandados, mientras don Sata se dedica a los realmente importantes; como la consejería de los políticos y los grandes líderes mundiales.
Hace una semana capturaron en Guatemala a un fulano que engaño a los más suspicaces encargados de la seguridad del presidente de la República y que además consiguió que se le condujera a Puerto Barrios en un helicóptero de la Fuerza Aérea Guatemalteca. Pero eso no es todo. Se hizo pasar por cura convertido de la Iglesia Católica a los neopentecostales y no contento con ello, logró que le creyeran que era el hijo del embajador de España en Guatemala. La nota la pueden confrontar en elPeriódico del domingo 24 de agosto[i]. La historia es en verdad fascinante.
Todo esto me ha conducido a pensar sobre lo que consideramos verdadero, y me encuentro con que tenemos lo verdadero como sinónimo de legítimo. Lo cierto es que lo legítimo también es problemático, porque tenemos que recurrir a fundamentos que corresponden con cuestiones que son verdaderas. Es el viejo juego de la serpiente que devora su propia cola. La religión parece ser el campo de la verdad, en donde podemos estar seguros que podemos acceder a la verdad, por supuesto el garante es el mismísimo creador del cosmos, que no podría resultar engañándonos, -¿qué beneficio obtendría él con engañarnos? Tal vez sólo observar el patético espectáculo que daríamos de vivir engañados, desencantados que los hombres nunca dicen la verdad, es más, se aprovechan de nuestras creencias para engañarnos. El único inconveniente es que la ansiada verdad tiene que seguir siendo transmitida en forma de palabras humanas y por supuesto por medio de los hombres que pueden resultar más listos que nuestra buscada verdad. En fin. ¡Salud por la verdad!
Marlon Urizar
Fráncfort del Meno, 31 de agosto de 2008
[i] Disponible en: http://www.prensaescrita.com/diarios.php?codigo=AME&pagina=http://www.elperiodico.com.gt
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