Es un recurso simplista recurrir a la impavidez de un supuesto sistema, sea este económico, político o religioso, por medio de la explicación de una práctica que corre independiente de las acciones humanas, para salvar cuál apologetas de una religión, a una organización de sus errores y limitaciones. Es la apelación a una metafísica ridícula y superficial. Así es, desde que la bolsa de valores de Nueva York se empezó a desplomar la última semana de septiembre, se han escuchado tantas voces que es necesario empezar a matizar a algunas de ellas. Las primeras voces que se escucharon fueron evidentemente los que cantaron a viva voz la derrota del capitalismo y sus políticas neoliberales de corte mercantilista. Voces famosas como la del premio Nobel de Economía 2001, Joseph Stiglitz, se hicieron sonar a un volumen más elevado de lo normal, cuando se decía que Estados Unidos, que se había mostrado como la representación de la potencia económica mundial más grande, tendría que girar hacia las políticas socialistas de izquierda. Creo que los que defienden las políticas socialistas se están cobrando todos los bochornos que tuvieron que afrontar cuando el socialismo se empezó a derrumbar a partir de la caída del muro de Berlín en 1989; y se les señaló, con gran ahínco, los errores de dicho sistema y su fracaso estrepitoso en lo económico, pero no sólo, también en una de sus principales promesas; la de erradicar las diferencias sociales. De la misma manera que ahora, se levantaron voces que argumentaron en favor del caído socialismo por medio de explicar que los principios fundamentales del socialismo no habían sido tocados en lo más mínimo por las prácticas erradas de los que lo trataron de poner en práctica.
Todo parecía apuntar que la ocasión del fracaso de Wall Street daba el motivo perfecto para señalar a un sistema que no tenía ninguna consideración por los pobres y que además de todo trataba que el Estado asumiera las pérdidas de un negocio privado. Esta euforia socialista tuvo pocos días de tranquilidad, ya que rápidamente los simpatizantes del neoliberalismo salieron en su defensa. Claro, los que he dado en llamar “los apologetas del mercado”, tuvieron que hacer un previo Mea culpa, somatarse el pecho y rezar mucho para mostrarse arrepentidos por tan ignominioso desatino económico y para terminar de aclarar su arrepentimiento han recurrido a la vieja explicación de la mano del Demonio que tocó a la libertad de los cándidos accionistas, principalmente con las atractivas tentaciones de acudir al Estado para hacer negocios, pero no sólo, sino venderle el alma al Demonio-Estado para que solucione los problemas financieros. No hay recurso más favorable en este confesionario que mostrar que cuando se deleitaban con el pecado no era por otra cosa que por los sutiles engaños de Satanás, que previamente había reducido su conciencia por medio de la voluptuosidad de las ganancias exorbitantes al punto que ejercieron sobre ellos una seducción a la que no se pudieron resistir. Por supuesto la absolución se ve llegar, porque pueden recurrir a la explicación que las medidas que se tomaron en semejante desatino no fueron el producto de los postulados del liberalismo, sino de errores y falsas interpretaciones, en donde el libre mercado avanza inexorable, como un dios al que no le afectan las acciones de los humanos y que se fija en nosotros más que por pura misericordia, recurriendo inmediatamente a la explicación que estos problemas no se debieron a lo establecido por esta impávida divinidad del mercado, sino a la vieja debilidad y fragilidad que cubre al común de los mortales: estar inclinados indefectiblemente a velar solamente por los mezquinos intereses y recordar al buen dios del mercado en momentos difíciles como el que se vive actualmente, porque no se hicieron las cosas de acuerdo a lo que en su infinita sabiduría había dado como un designio universal: todos pueden llegar a ser ricos en el libre mercado, con un Estado reducido y con igualdad de oportunidades.
No me cabe la menor duda que este tipo de explicaciones llevan a un simplismo apologético, que termina por poner a los sistemas más allá de lo humano, con lo que pretenden, además de fetichizarlo, demostrar que los postulados teóricos del mercado pueden correr independientes de la responsabilidad de las acciones humanas[i]. Esto es como decir: “participemos de la orgía, que de todos modos seremos redimidos al echarle la culpa a Satanás”.
Todo parecía apuntar que la ocasión del fracaso de Wall Street daba el motivo perfecto para señalar a un sistema que no tenía ninguna consideración por los pobres y que además de todo trataba que el Estado asumiera las pérdidas de un negocio privado. Esta euforia socialista tuvo pocos días de tranquilidad, ya que rápidamente los simpatizantes del neoliberalismo salieron en su defensa. Claro, los que he dado en llamar “los apologetas del mercado”, tuvieron que hacer un previo Mea culpa, somatarse el pecho y rezar mucho para mostrarse arrepentidos por tan ignominioso desatino económico y para terminar de aclarar su arrepentimiento han recurrido a la vieja explicación de la mano del Demonio que tocó a la libertad de los cándidos accionistas, principalmente con las atractivas tentaciones de acudir al Estado para hacer negocios, pero no sólo, sino venderle el alma al Demonio-Estado para que solucione los problemas financieros. No hay recurso más favorable en este confesionario que mostrar que cuando se deleitaban con el pecado no era por otra cosa que por los sutiles engaños de Satanás, que previamente había reducido su conciencia por medio de la voluptuosidad de las ganancias exorbitantes al punto que ejercieron sobre ellos una seducción a la que no se pudieron resistir. Por supuesto la absolución se ve llegar, porque pueden recurrir a la explicación que las medidas que se tomaron en semejante desatino no fueron el producto de los postulados del liberalismo, sino de errores y falsas interpretaciones, en donde el libre mercado avanza inexorable, como un dios al que no le afectan las acciones de los humanos y que se fija en nosotros más que por pura misericordia, recurriendo inmediatamente a la explicación que estos problemas no se debieron a lo establecido por esta impávida divinidad del mercado, sino a la vieja debilidad y fragilidad que cubre al común de los mortales: estar inclinados indefectiblemente a velar solamente por los mezquinos intereses y recordar al buen dios del mercado en momentos difíciles como el que se vive actualmente, porque no se hicieron las cosas de acuerdo a lo que en su infinita sabiduría había dado como un designio universal: todos pueden llegar a ser ricos en el libre mercado, con un Estado reducido y con igualdad de oportunidades.
No me cabe la menor duda que este tipo de explicaciones llevan a un simplismo apologético, que termina por poner a los sistemas más allá de lo humano, con lo que pretenden, además de fetichizarlo, demostrar que los postulados teóricos del mercado pueden correr independientes de la responsabilidad de las acciones humanas[i]. Esto es como decir: “participemos de la orgía, que de todos modos seremos redimidos al echarle la culpa a Satanás”.
Marlon Urizar
Frácfort del Meno, 3 de octubre de 2008
[i] Cf. Columna de opinión de Álvaro Vargas Llosa, publicada en Siglo XXI el 3 de octubre de 2008.También se puede confrontar la columna de opinión de Jorge Jacobs en Prensa Libre de 2 de octubre de 2008.
1 comentario:
Hola profesor! Me alegro de volver a saludarlo y de no perder con contacto usted y sus escritos, ahora que tiene este blog…
Quiero comentar al respecto que considero que ante casi todas las sociedades aún no se han logrado ventilar lo suficiente dos cosas malolientes: los bancos y el Estado. O más bien una sola cosa: las relaciones entre estos. “Su ídolo, el frío monstruo, me huele mal: mal me huelen todos ellos juntos, esos idólatras” así como se refiere Zaratustra al Estado, el nuevo ídolo.
Son muy oportunas las críticas izquierdistas y anarquistas, pero el sistema no se debería de poner en cuestión solo en momentos de crisis. No solo en momentos de crisis se dan injusticias a las que se les permite operar dentro del sistema por ser parte del mismo (o por el mismo ser injusto), por no contravenirlo, injusticias sistemáticas: además de las crisis ya presentidas como recidivantes, así hay muchas maneras operativas de capitalismo salvaje, que consisten en el acto conocido y recurrente de un “Estado” que dice ser el pueblo y que se prostituye de multiples formas. Por ello, al respecto del artículo de Stiglitz, Chomsky considera que el sistema no es un simple capitalismo, sino que debería llamársele “capitalismo de Estado”...
http://www.aporrea.org/ideologia/n124135.html
http://kamita.com/misc/nc/textos/anar05.htm
Talvez ese sea el nombre del ídolo al que todos nosotros le rendimos culto a oscuras, en la sombra bajo su espada soberana... Y luego de tanto tiempo rendidos adorándole para que provea sus dulces frutos, oímos en algún momento quejidos que parecen venir del ídolo… ¿languidece como una bestia herida? A-sombrados nos percatamos: el ídolo-monstruo rumia multitudes y quienes gimen son los demasiados.
El Estado se comporta como fantoche privado, y los apologetas del dios del mercado esgrimen con lo mismo que de antemano era un compromiso de Estado asumir esos riesgos.
http://www.liberalismo.org/articulo/7/14/mente/enferma/noam/chomsky/i/
http://www.elcato.org/node/3739
Saludos, profesor!
Que esté muy bien!
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